domingo, 28 de noviembre de 2010

Una costumbre execrable – Gustavo Valitutti


La comisaría de Costa Hermosa era una vieja casona de estilo morisco que había sido reformada según el pésimo gusto de algún comisario. Tenía solo dos ventanas que daban al frente y una puerta de madera con aspecto apolillado y siempre abierta. Esas eran las únicas aberturas por las que entraba luz, el resto del edificio permanecía casi siempre en penumbras.
Alejandro entró y se dirigió al mostrador para hacer la primera denuncia de la mañana. Se había decidido y esperaba que le creyeran, si no era así no perdía nada. Lo tomarían por loco y nada más.
Sabía qué tenía que decir para que le prestaran atención: “—Hola, me llamó bla, bla y sé que pasó con el policía que desapareció”. Él podía decirlo, pero que le creyeran era un asunto muy diferente.
El resultado fue que lo llevaron a una habitación casi en el centro del edificio y lo sentaron en una silla frente al suboficial García, un tipo de unos cuarenta y cinco años con la cabeza más calva que había visto en su vida y dos cejas tan increíblemente tupidas que parecían los bigotes de Groucho Marx paseándose por la cáscara de un enorme huevo.
—Bueno querido—dijo García con desgano— lo escucho.
—Ya soy viejo, bueno, viejo para algunas cosas y no tanto para otras, pero cuando se pasan los ochenta años, siempre se es viejo para algunas cosas. Yo me siento muy viejo para mentir— le dijo a García que era suboficial de la policía federal hacía más de veinte años y como era lógico estaba harto de su trabajo.
—Entonces dígame la verdad que con eso va a ser suficiente.—contestó García.
—Claro, la verdad, pero tenga en cuenta que la verdad a veces es difícil de aceptar.
—Probemos—dijo García sin ganas y sin esperar nada de la charla con ese viejo que ya le parecía un loco.
—Hace veinte años la casa de la esquina de la San Martín al quinientos ya estaba abandonada por lo menos desde hacía diez. En ese entonces una pareja de adolescentes desapareció y el único testigo fue un muchacho que vendía diarios entre los autos que pasan. No era un candidato a mentir, porque bueno, la verdad no es muy inteligente y su tío que es el dueño del puesto de diarios lo tiene trabajando con él aún hoy— dijo Alejandro asintiendo con la cabeza.
—Usted dijo que sabe lo que el pasó a Bonetti, un suboficial que trabajaba aquí desde hacía dos semanas.¿Sabe o no sabe abuelo?—preguntó García tajante con la seguridad que estaba frente a un loco sin remedio.
Alejandro entendió que si quería hacer su denuncia iba a tener que ser expeditivo porque nadie allí estaba de humor para rodeos, ni siquiera rodeos esclarecedores.
—La policía buscó en la casa y no había nada. Dos semanas después un chico que siempre rondaba por el barrio entre borracho y drogado desapareció y el muchacho de los diarios volvió a contar la misma historia, pero lo retaron como un nene y lo humillaron, fue por esa razón que cuando desapareció la tercera víctima y el chico repitió su historia nadie se molestó siquiera en revisar la casa y el chico ni siquiera contó los detalles importantes de lo que había visto.
García se había inclinado sobre la mesa y apoyando la barbilla en su puño izquierdo miraba a Alejandro severamente.
—La casa todavía está en pié, pero sufrió un incendio accidental durante una navidad y ya no habrá novedades ahí —Alejandro miró alrededor como buscando algo y continuó— Esa casa era estilo morisco como esta, ¿me entiende?— preguntó seguro de que no iba a entender.
—No querido, la verdad no le entiendo nada—confesó García.
—Fue la casa, el muchacho de los diarios me lo contó todo y no cabe duda de que fue la casa.
—¿Por qué lo dice?—preguntó García casi sin pensar, porque si lo hubiera pensado habría echado a ese viejo a patadas.
—La casa tenía la misma costumbre repugnante que los que la construyeron. Después de comer a esa pareja de adolescentes la asquerosa eructó como por cinco minutos.
Alejandro fue acompañado hasta la puerta casi en andas y se alejó decepcionado, pero pensó que ya no podía hacer nada. A la mañana siguiente los vahos provenientes de la comisaría apestaron todo el barrio dejando nauseosos a todos los vecinos que se acercaron para ver qué pasaba. En la comisaría nadie sabía qué había sido de García.

http://grupoheliconia.blogspot.com/2011/01/gustavo-valitutti.html

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