Elan Mid Ole Urel, jefe del colectivo de cazadores, se relamió por anticipado. El cuarto vástago de la camada era su bocado y casi no podía esperar a que Dala Bera Ulo Izoel terminara de parir. Las grandes lluvias habían producido estragos entre los eelaaii y el hambre cantaba su canción en los estómagos vacíos. Por eso no había vacilado a la hora de fecundar a una umma inferior. Era su privilegio y su obligación preservarse; un jefe necesita conservarse fuerte para garantizar la caza, pero estaba harto del fango que lo separaba de sus presas y le impedía capturarlas. Y aunque la ingesta de ummanis no era el mejor método para aumentar su prestigio, un líder vivo y saludable es mucho más efectivo que uno muerto.
—Elan Mid Ole Urel, eelaaii-ummaii —dijo el partero—. No hay cuarto vástago. El kálix de Dala Bera Ulo Izoel sólo contiene tres retoños.
—¡Maldito seas, inmundo matasanos!—exclamó el cazador tomando al infeliz del cuello con una mano y empuñando el cuchillo de destripar cerdos con la otra—. ¿Cuántas veces te he dicho que llames al técnico para que reparen el tomógrafo?
Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman
—Elan Mid Ole Urel, eelaaii-ummaii —dijo el partero—. No hay cuarto vástago. El kálix de Dala Bera Ulo Izoel sólo contiene tres retoños.
—¡Maldito seas, inmundo matasanos!—exclamó el cazador tomando al infeliz del cuello con una mano y empuñando el cuchillo de destripar cerdos con la otra—. ¿Cuántas veces te he dicho que llames al técnico para que reparen el tomógrafo?
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