Seis de la mañana en Buenos Aires, las ocho en Canarias:
El dolor sordo de espalda y el ardor de estómago me han tirado de la cama.
Tengo la espalda como la cuerda de un reloj y podría levantar el barniz de la puerta echándole el aliento y frotando con un trapito.
Me he lavado la cara y ahí he visto y he sentido El Nudo:
-Deluca, ya estamos en campaña, -me he dicho mientras veía el nudo apretarse en mi frente y lo sentía cerrarse en la boca del estómago, endurecer mis manos y clavarse hondo en el Chi: un punto a mitad de camino entre el ombligo y la polla.
Nos conocemos ya: Respiro hondo, con el estómago, tirando bien del diafragma y llenando los pulmones desde abajo. Cierro los ojos, me concentro en el ritmo de mi respiración y de a poco otros sentidos vienen a ocupar el lugar de la vista.
Por debajo del zumbido agudo que me taladra los tímpanos desde hace días, oigo los fluorescentes de la cocina, huelo las palomas en la ventana, puedo sentir el corazón golpeándome pausada pero violentamente el pecho y la sangre que me corre por las sienes.
Noto el calor relajar mis testículos, que palpitan, duelen un poco, pero que no molestan al tragar -que diría Patxi.
Es miedo. Ni más ni menos que miedo. Pero no uno cualquiera: No es ese miedo intelectual y consciente, que en realidad no es sino una reacción defensiva ante un conflicto potencial y que es la base de la civilización y una de las razones por las que vamos a la escuela, por las que votamos, pagamos impuestos, hablamos educadamente, manejamos por la derecha, decimos que nos importa el futuro del planeta y de nuestros hijos, por las que nos casamos y nos divorciamos, compramos casas, somos infieles a nuestra pareja, veneramos el fin de semana o por la que acepto indiferente el hecho de que si escribo en un ordenador portátil con pantalla de cristal líquido es porque hay niños de la edad de mis hijos extrayendo coltán en Congo por poco más que agua y comida, esclavizados en una guerra alimentada por países cuyos gobiernos hablan sobre los sueños, y el derecho de los niños a ser felices.
No. Todo eso son pamplinas.
Olvidáos de eso.
Hablo de El Nudo: Del Único y Verdadero Miedo, de La esencia mística de Dios y de la Naturaleza. Hablo de esa sensación indescriptible que en ocasiones se huele, en otras se siente, que se ve y se toca y da origen a la religión, al alma, a lo mágico e invisible; hablo de esa fuerza anudada en mi frente sin la que no llegaría vivo ni a la esquina, de esa contracción anal -casi extinguida, al menos en las conversaciones de la gente educada- capaz de descabezar un
clavo, de esa erección violenta que te golpea el estómago y que a veces impide que te mees encima.
Hablo de lo único mío que no tengo que ganar ni proteger y que nunca podré perder, porque no hay nada más esencial y primariamente propio: Porque podrás molerme los huesos hasta matarme y llevarte todo cuanto tengo, podrás apagarme lentamente o acabar conmigo como se sopla una vela. Podrás hacerme todo el daño que quieras hacer y puedas justificar, pero de ninguna manera podrás quitármelo, porque este miedo es mío, sólo mío y morirá conmigo cuando ya no lo necesite más.
Eso es bueno: Bienvenido, Nudo -digo al espejo -Te estaba esperando.
Ahora ya sí: Lo tengo todo. Estoy listo para el viaje.
Extraído con autorización del autor de: http://paulus-de-best.blogspot.com/
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