El extraño del currículo se precipito a partir del cielo. Vi desde el encentado opuesto el torbellino de un ave atormentada. La víctima, un joven desunido de la sección, poseía mirada cósmica y un plus de intoxicación foránea. El extraño siguió con el descenso, un averno de flores no lo contendría.
Minga Literatti resultó el joven, simiente de inesperada aptitud. Calle cuarenta, entre la cinco y la siete. El lujo me abofeteó la corrupción.
A mi comando desplegó gran operativo policial, y ocasionó un desajuste de transito. Me obstruí con el original rasguño que a Literatti le recorría la espalda.
Ascendí por los pasillos del edificio. En la puerta de entrada di varios golpes. Nadie contradijo. La puerta resultó ajena a la llave.
Ingresé.
La morada confundía como una propiedad de estilo familiar, con algunos machihembres de oficina.
Dentro de la habitación secundaria revelé dos cajones inferiores del placard. Acerté ligeras cadenas, machetes y jeringas. Las advertí hacia el examen del laboratorio forense. Batallada rutina que no forzaba condolencias.
Goberné la ventana que daba al balcón. Hacia un costado, unas escaleras en forma de caracol. Atiné a un desgarro de camisón. Ese tipo de tela también se encontraba en el jergón desarmado de una gran cama matrimonial de la antecámara. Desde el corredor hasta la pieza de Literatti, lo único que resplandecía.
Sondeé el paradero del joven, pero ningún pariente retornó de la oscuridad. Sus falsos documentos me besaron la cara. Y no encontré libreta familiar que viniese a tomar el té.
Con un saludo inesperadamente cordial, el extraño del currículo continuó su camino. Le perdí la pista, y ya no supe más de él.
Revisé expedientes sin interpolación represiva. Canalicé futuro, y una luciérnaga me rebotó, encendiéndose, dentro de la cabeza.
Fui a la morgue a entrevistar a Literatti. Los ojos, dilatada incoherencia estándar. Entre las pestañas, entrelazado un hilo en anagrama, al estilo tanza, de poco micronaje. Me di a recorrer en círculos el piso húmedo, de escaso amoblamiento. Salí.
Revisé una vez más la casa de Literatti.
Entre papeles revivían cada vez más desesperanzas. Atiné un álbum de fotos. En ellas, Literatti aparecía disfrazado en distintos cueros, y con poca ropa. Dardamente di con una foto en la cual aparecía disfrazado de payaso. Recontinúe, sabiendo que me separaba cada vez más del rasguño en la espalda.
Compendié la pieza de Literatti: habitación de menor medida, y un respiradero en el techo.
Instintivamente percibí una manija de madera detrás del cabal respaldo de la cama. Me aveciné, bailé la manija, y millones de pelotas de colores me cubrieron. Me vino a la mente la foto de Literatti disfrazado de payaso, pero desistí de hilar postulados.
Sobre la mesa de luz: un reloj, un chancho de ahorro y una gran medalla dorada, ganada en un campeonato de básquet.
Me apacigüé sobre el sillón, desarrollando ligeramente las piernas. Favorable al televisor, comí las frutas frescas que descansaban sobre la mesa. Patee un banco y bostecé. Me dormí por veinte minutos. En ese tiempo tuve un sueño relativo al descenso del extraño del currículo, pero sin lucrar conclusiones.
Fui al baño y me moje la cara. Me golpearon apetitos, y me soldé una ducha bien fría. No usé jabón: calor, primavera, 39 grados.
Abrí la heladera. Exterminé vasos del té frío, detrás de unas grandes cajas de pizzas.
Encendí la radio:
—Las noticias de Marcelo Marcó, que nos trasmite las magnas contingencias del mundo deportivo.
—Además presentando las grandes noticias del día.
—Gracias Pablo.
—Bueno, en esta fecha hubo muchas conexiones entre equipos que conjugaron mayores puntos que otros equipos...
Dejé de prestar atención a la radio. Volantié el velador de la cómoda y desnudé de objetos valiosos a mi bolso. También los de posesión: la maquina de afeitar y el peine.
Una semana que me había mudado a la zona.
Dejé mi casa sin paredes para tomar propiedad de esta gran mansión. Ahora estoy bebiendo anís, en el apartamento, con enigmáticas comodidades. Si no hubiera resuelto el caso, creo que no me la hubieran dado. Hoy uso sus frazadas para dormir.
La cama de Literatti.
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