Llegué a la estación de tren en taxi, el mismo en el que pensaba marcharme cuando me hubiera deshecho de la maleta que me acompañaba, y que no permití que el conductor metiera en el portaequipajes.
La estación estaba bastante transitada a esa hora. Una maleta olvidada en una estación vacía resultaba demasiado sospechosa. Pero eran las 11:30 y, entre el tumulto, esperaba que nadie se percatara y pusiera en alerta a los agentes de seguridad antes de que yo hubiera huido.
Me situé en un lugar donde había bastante gente, cerca de las pizarras electrónicas en las que se anunciaban salidas y llegadas. La dejé en el suelo, junto a mis pies, y aproveché un momento en que nadie parecía mirarme para empezar a caminar. En principio despacio, como si paseara, pero conforme me iba alejando de aquella maleta de cuero y textil, a punto de estallar, fui aligerando la marcha. Atravesé la puerta de salida y, justo cuando iba a agarrar el picaporte del taxi —que me había estado esperando—, para abrir la portezuela, una mano se apoyaba en mi hombro:
—Señor, ha olvidado su maleta —una voz grave sonó detrás de mí.
Ya era la tercera vez que fracasaba. De nuevo no podía deshacerme de aquella pesada carga en la que había encerrado mis temores, mis malos recuerdos y las peores experiencias de mi vida. Tendría que volver a intentarlo. Quizá pudiera conseguirlo en la próxima estación...
3 comentarios:
Hahaha. Irrevente.
Buenísimo!
¡Muy bueno chicos! Qué candor el del protagonista... nunca terminará de llenar y abandonar esa maleta!
Me gustó!
quizá... muy bueno =D
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