En efecto, el navegante y viajero Marco Polo, digámosle provisoriamente veneciano aunque era croata, llegó a Chin Chio Tan una mañana de octubre de 1277, se dice. Le pareció una de las ciudades más bellas del mundo por sus jardines de fresias y alhelíes que pendían de todo terreno elevado más de medio zástar, la medida de la palma de la mano derecha de Jublai Khan.
Además de perfume de arroz y la más exquisita pasta de algas, producían huevos de un ave muy similar al cuervo pero más grande y blanca.
Marco Polo quiso saber si esas aves volaban, por lo que se llevó uno de esos huevos de gallinazos a sus aposentos en el Palacio de las Tinieblas Iluminadas, donde atesoraba cosas de todo el Imperio.
El huevo, desacostumbrado a esa tibia temporada, hizo eclosión una noche de primavera en que Marco, quien había recibido a la hija del contador de ramas de gengibre, la hermosa Jin Ji Bli, para pasar con ella la noche contando historias del Imperio Celeste y solamente eso (Les Luthiers, dixit) y, antes de pasar a solamente eso, el huevo dejó escapar un flato bastante pecaminoso del cual surgió el ave más fornida de toda la región.
Antes de que Marco el croata véneto pudiera recogerse los lienzos para capturarla, el Xol Pli Lot se lanzó desde las alturas del palacio y planeó tan lejos que no pudo ser alcanzada.
Era la primera vez que sucedía que un zopilote así huyera y se perdiera en la lontananza por lo cual Marco lloró y con él la joven y bella Bli.
El impresionante zopilote tomó fuerzas devorando el cadáver de un búfalo muerto y emprendió viaje por el ahora conocido Mar de la China y continuó por el ahora conocido Pacífico y recaló en las costas del ahora conocido México y gustole lo que vio.
Vio chicas bonitas y enseres exóticos. Y vio alebrijes vivos cantando por los prados que moja el estío o los baña.
Se quedó una temporada detenido en un predio cantando el canto que cantaban sus ancestros y desde entonces los purépechas conocen al lugar como Tzintzuntzan, que recuerda el canto armonioso del ave blanca.
Obviamente, se murió de consunción sexual, ya que ninguna zopilote hembra local quiso sus favores y sus requiebros no fueron jamás atendidos aunque sí escuchados. Su color, parece, fue un inconveniente insalvable, aunque hay especialistas que aseveran que su lengua (el chino Imperial) no lo favorecía a la hora de hacerse entender.
Así me lo contaron, así lo cuento.
4 comentarios:
Bravíssimo, Ettore.
Sigo fascinado con la bella Jin Ji Bli y todas esas historias hermosas que usted cuenta, cuyo nexo común es ese zopilote migratorio.
Así, el oficio de lector da gusto.
Gracias, Javi, Patricia... muchas gracias!
Excelente !
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