domingo, 25 de julio de 2010

El congreso – Sergio Gaut vel Hartman


Gregor Samsa entró, airado y prepotente, al salón principal del LXIV Congreso Internacional de Microficciones.
—¡Estoy harto de que me pongan de personaje sin mi consentimiento! —gritó interrumpiendo al disertante, a la sazón el escritor de Cipolletti Eduardo Gotthelf.
—No se haga la víctima —dijo el dinosaurio—; cuando desperté, Monterroso se había ido y lo sigo esperando. Dejó las cuentas sin pagar.
—No es el caso —replicó Kafka blandiendo un fajo de papeles. Luego, sacó una brida del morral que llevaba colgado del hombro y la pasó alrededor del cuello del escarabajo—. Estamos al día.
—¡El día que me quieras, la rosa que engalana…! —cantó un mozo peinado a la gomina.
—¿Usted escribe microficciones? —preguntó Hemingway apurando el resto de su trago—. Tengo un par de zapatos de bebé, casi sin uso. Hace años que trato de venderlos y nadie los quiere comprar. 
—No tengo hijos —replicó el cantor, molesto por la perturbación.
Hemingway lo miró con desconfianza, tambaleándose a causa de la merluza, con tan poca fortuna que acertó a ponerse en el camino de Samsa que era paseado por Kafka. El autor de Adiós a las armas cayó de culo y se puso a llorar.
—¿Cuántas palabras puede tener una microficción, como máximo? —preguntó un novato.
—No puedo habar de lo que no conozco —dijo Violeta Rojo—. Pero esta tiene cuatrocientas cuarenta y cinco, si no conté mal.
—¿Tiene o tendrá? —replicó Martín Gardella, con astucia de abogado.
—Parece una microficción caótica, aleatoria y trucha —largó un hombre regordete y calvo entrando a la sala subido a una nube de arrogancia.
—¡Monterroso! —exclamó el dinosaurio—. ¡Por fin! ¿Trajo el dinero de las cuentas?
—No, pero con su venta al F. C. Barcelona podré saldarlas.
—¿Me vendió al Barcelona? —El dinosaurio no lo podía creer.
Monterroso asintió. —Jugará en el lugar de Messi, que ahora se dedica al ajedrez.
—¡Ajedrez! —Un anciano ciego arremetió con su bastón contra la multitud—. ¡Microficciones! —Pegaba con suma precisión, a despecho de su invidencia—. ¡Internet! —La cabeza de Monterroso se partió como un zapallo podrido y del interior salieron animales como para llenar el Arca de Noé—. ¡Vulgaridades! ¡Groserías! ¡Impertinencias!
—Cálmese, don Jorge —dijo Kafka tomando de un brazo al escritor ginebrino—. Lo llevaré a conocer a Nabokov.
—¡Que las señoritas presentes no piensen mal de mí! —exclamó un hombre con un extraño bigote pintado—. Mi interés por ellas es puramente sexual.
—Se declara cerrado el LXIV Congreso Internacional de Microficciones —dijo Esteban Dublín levantándose súbitamente de la silla. Y luego, inclinándose sobre Ana María Shua, le susurró—: No sé cuál de los Marx es éste, pero por las dudas y para evitar que se politice la cosa…

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