—¡De tu lengua pende tu vida, anciano! Contesta: ¿sería prudente enfrascarme en una campaña sangrienta para liberar a mi amantísima esposa de sus captores? —preguntó el visitante.
Tembló el decrépito augur, solicitó algunos datos al desconocido y los grabó en una tablilla de barro. Nervioso la colocó ante sí, fingió un trance y graznó:
—Avizoro tiempos de proezas inenarrables; ¡oh!, gran caudillo. Honrarás tu nombre zarandeando y vapuleando a los mejores héroes enemigos. Las murallas cederán y tu brazo invencible abrirá de par en par las puertas de la ciudadela. Victorioso recuperarás cuanto te pertenece.
Oprimió exaltado el guerrero la empuñadura de su espada.
—Me satisfacen tus palabras, sabio —bramó contento, e inició el mutis.
—Pero eso no es todo —se envalentonó el augur—. Las huestes griegas bajo tu mando removerán, agitarán, sacudirán, revolverán y batirán a los troyanos hasta su completo exterminio; glorificando una vez más tu nombre. Créeme y desaparecerá el escepticismo que ahora frunce tu ceño; ¡oh!, poderoso Remenéalos Despatarras.
El guerrero se acercó al augur y arrancó la tablilla de sus manos. De una ojeada encontró lo que buscaba y le mostró al anciano, con la punta de su arma, una línea de trazos inseguros:
—Mal. Te dije bien clarito “Rey Menelao, de Esparta”.
1 comentario:
Tiempos de proezas narrables lo tuyo, Claudio. Felicitaciones.
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