sábado, 31 de julio de 2010

Asadito de Cordero - Daniel Frini


—¡Un aplauso pal’ asador! —propuso Felipe.
—¡HUUUUIIIIIIJAAAAA! —gritó Mateo, que a esa altura ya estaba bastante pasadito de copas.
—Esperen, que todavía no está listo el cordero —dijo Santiago.
—¿No te falta carbón en esa pata? —interrogó Juan.
—Tenés que darlo vuelta, porque se te va a quemar el costillar —ordenó Tadeo.
—¿Que madera usaste para hacer el fuego? —quiso saber Simón.
—Acá lo que hace falta es mano dura —dijo Pedro, sin que viniera al caso —. Mano dura, mi amigo; si no, este país no va a salir adelante.
—¡IIIIIUUUUUJUUUUIJUIJUIJUIII! —atronó el sapucay de Mateo, que se había parado sobre una silla y levantaba un pingüino con vino.
—¿Quien compró el pan? —preguntó Tomás.
—Yo —contestó Judas —, lo compré acá en lo de los griegos, pero sólo conseguí unas hogazas de pan ácimo.
—¿Y la ensalada? —continuó Tomás —¿Quién se encargó de la ensalada?
—Yo, negro —respondió Bartolomé —pero no había cebolla.
—Los romanos tendrían que mandar a otro más fuerte que Pilatos. Mano dura, hace falta. Si no, nos comen los cuervos —volvió a la carga Pedro.
—…entonces, agarró la pelota en el área grande, se la picó al arquero y la mandó al ángulo… —le contaba Andrés, con amplios ademanes de sus brazos, a Santiago el menor, que lo miraba absorto.
—No me gusta el fuego. No hay buenas brasas. Va a salir con mucho gusto a humo —insistió Simón.
—¿Quién te vendió el cordero? Es muy grasoso. Nos va a caer mal —opinó Juan.
—¡VIVA PILATOS, CARAJO! —gritó Mateo; subido, ahora, a la mesa.
—Miralo, vos —dijo Pedro —no sé para qué se chupa, y después opina cualquier cosa ¿Entendés porqué hay que hace falta mano dura? Habría que prohibir el vino.
—¿Le ponemos vinagre a la ensalada? —preguntó Bartolomé.
—Sí —respondió Tomás
—No —respondió Judas
—Se te va a quemar el costillar. Sacale carbón — volvió a la carga Tadeo.
—Ponele carbón. Te va a quedar crudo el cuadril —insistió Juan.
—¿Alguien sacó los cubiertos de la bolsa? —inquirió Felipe —Yo los puse acá y no están.
—Los vasos están sucios ¿quién tenía que lavarlos? —preguntó Santiago.
—Me dijo uno que sabe que Herodes quiere traer una guarnición romana para controlar la Puerta de los Esenios. Vos sabés cómo es de inseguro ese barrio… —continuó opinando Pedro.
—¡LA MAR ASTABA SARANA, SARANA ASTABA LA MAR! —cantó Mateo, arriba de la mesa, mientras ensayó un paso de algo parecido a un vals.
—¡Bájenlo de ahí! —gritó Santiago
—¡Se va a caer! —dijo Judas
—Y, ya a la mañana estaba tomando… —acotó Tomás
—En mi época, a un tipo así lo mandábamos a dormir la mona a las mazmorras —informó Pedro —No sé adónde vamos a parar con este gobierno.
—…se pasó a tres defensores. Paró la pelota y le dio un pase de taco al once, que venía de atrás. Este la empalmó sin pararla, y zampó un zapatazo que el arquero tocó apenitas y la pelota pasó así del travesaño… —dijo Andrés
—¿Quién trajo el chimichurri? —preguntó Bartolomé.
—LAAAURA SE TE VE LA TANGAAAA…!!!—desafinó Mateo, aún arriba de la mesa, con la mano izquierda en la cintura y meneado la cadera, mientras volcaba parte del contenido del pingüino sobre Bartolomé y las ensaladas, que lanzó un
—¡Pero si serás pelotudo! —mientras con un manotazo intentaba pegarle a Mateo en las piernas.
—¡Paren, paren! —terció Santiago.
—¡No peleen, que estamos de festejo! —intercedió Felipe.
—¡Lo mato! ¡lo mato! —dijo Bartolomé.
—¡SUBÍ, DALE, PELEÁ! —gritó Mateo tomando la postura de un boxeador, mientras retrocedía sobre la mesa, pisando platos y vasos.
—¡Cuidado! —gritó Tadeo.
—¡Guarda! —gritó Juan.
—¡Agarralo! —gritó Santiago, mientras Tadeo llegó al final, dio un paso en falso y cayó pesadamente al piso de tierra.
—¡UYYY DIÓ! —gritó Simón.
—¡Se mató! —dijo Judas.
—…el corner lo pateó el siete, que era zurdo. Un centro llovido al otro palo. El dos de ellos saltó para cabecear justo cuando el arquero salía con los puños… —le siguió contando Andrés a Santiago el Menor.
—Ponele mas fuego a esa pata… —dijo Tomás.
—¡Mateo, levántate! —ordenó Pedro. Mateo se paró tomándose del borde de la mesa y caminó unos pasos a duras penas. Cerró los ojos, contuvo a duras penas una arcada y un segundo después vomitó prolijamente las fuentes de ensalada y la panera.
—¡¡¡AAAAAAAJJJJ!!! —gritó Bartolomé —¡¡LO MATOOOO!! —mientras tomaba a Mateo del cuello.
—¡Paren, che! —dijo Juan.
El pandemónium fue terrible. Entre la gritería y los golpes que Bartolomé le propinaba a Mateo, y los demás que intentaban separarlos se alcanzaba a oír palabras y frases sueltas: «¡pelotudo!», «¡dejalo!», «¡déjense de joder!», «…el siete saltó a cabecear…», «…sacale brasas…», «¡los platos!», «Mano dura, hace falta», «¡quién te creés que sos!», «¡lo mato!».
Entonces, la Voz creció desde cero, profunda, impactante, y se impuso sobre el escándalo. Todos se quedaron mudos y duros como estatuas.
—¡Basta! —dijo el Barba —¡es la última cena a la que los invito!

No hay comentarios.: