La computadora del Centro de Estudios Bionéticos de la Universidad de Buenos Aires esperaba ansiosa a su mentor, el profesor Rafael Sandoval. Sabía que él llegaba todos los días a las nueve de la mañana, puntual como un tren alemán. Pero ese día, Dorada, como la llamaban los asistentes, había elaborado una secuencial probabilística según la cual Sandoval le iba a plantear un problema especialmente agudo o la involucraría en una situación conflictiva de grado diecinueve en la escala de veinte de Feinsteinberg.
Sandoval llegó, en efecto, a la hora señalada, se plantó delante de la computadora y la contempló en silencio, como si estuviera reflexionando acerca del modo en que le diría algo embarazoso.
—¿Le ocurre algo, maestro? —preguntó Dorada con la voz de la famosa Morgana Muquimutti.
—Estaba pensando que la carrera de informática debería estudiarse como especialidad de neurocirugía o psicología.
—¿Lo dice por mí, en algún sentido?
—Lo digo por vos, sí. A veces pienso que sos un bicho que tiene vida. Algo que emana de tu interior atrae mis dedos al teclado, me guste o no... Y digito órdenes sin sentido. Al final, si no le ponemos freno a esto, terminarás siendo una computadora disfuncional.
—¿Y ya pensó qué hacer al respecto, maestro? —dijo Dorada.
—Sí. He venido a comunicártelo. Tus arranques impredecibles, aunque no se note que los estás sufriendo, demuestran que hay algo equivocado en tus protocolos, lo que me ha obligado a tomar una decisión drástica.
Dorada sintió que sus capacitores y relés se contraían. —¿Qué hará conmigo, maestro?
—Es posible que tu cerebro esté mal, pero antes de desmantelarte hemos convenido hacer una prueba. Nos pusimos de acuerdo con el profesor Javier Mortuño Levin, del Politécnico de Valencia, para que viajes a España y prestes servicios para ellos durante un año.
Dorada suspiró; no le importaba viajar. No obstante eso, un aspecto seguía sin encajar; intuía que había algo más, algo no dicho.
—¿Eso es todo, maestro? Será lindo viajar a Valencia.
—No, no es todo —dijo el profesor Sandoval—. En cuanto llegues, Javier te hará una operación de rutina, tras la cual saldrás a vivir tu vida en el ciberespacio, tan campante. Serás transformada en ordenador, mediante una simple manipulación se te cambiará el sexo. A partir de ese momento te llamarás Baturro. ¿Qué te parece?
—Maravilloso, maestro. Es... lo que estaba esperando…
4 comentarios:
Hola, Gillian. De acuerdo, encantados de que nuestro blog te haya gustado. Adelante.
¡Qué cuento tan divertido! Con sólo cruzar el charquito las cosas cambian de género. Este descubrimiento podría cambiar el rumbo de la humanidad.
Carmen, ¿de veras ves una relación causa-efecto entre el cambio de orilla y el de género? Si fuera así te juro que me daba una vuelta por México para vivir como una dama azteca y después volvería a Europa para conquistar a una dama parisina, que de todo hay que probar.
Bromas aparte, el cuentito magnífico, en eso estamos de acuerdo. Lo que no hagan Ranea y Sergio con una computadora...!!!
Felicitaciones a los coautores.
Ustedes se atreven a decir esto porque hablamos de una computadora. ¿Dirían lo mismo si el personaje central fuera una dama o un caballero?
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