El chico rubio saca medio cuerpo por la ventana del auto en el semáforo de Libertador y Ocampo.
Saca el cuerpo y mueve la cabeza y le hace monerías a los otros autos. Debe tener seis años. En la otra ventana, una chica más chica saca la cabeza pero un poco menos.
Voy en un taxi, colgado escuchando el Ipod muletto de Nick La Bestia. Canto en mute que ay amor mío, que terriblemente absurdo es estar vivo.
Veo a los chicos y saco la cabeza yo y les digo que se sienten. Varios autos tocan bocina por lo mismo. Una mujer en un auto caro pega gritos, los chicos deponen la actitud y ubican el culo en el asiento.
El auto arranca y los chicos sacan la cabeza de nuevo, sonríen el vientito en la cara.
El que maneja, tal vez un padre trash, no hace caso a los bocinazos.
No comento con el taxista para que no me de la lata, pasa un poli en moto pero pasa de largo.
Al semáforo siguiente la del auto caro se baja y le da una filípica al adulto a cargo de los chicos arriesgados.
La mujer camina entre los autos cuando arrancamos.
Dentro de veinte años, en una pelea familiar, los chicos de la ventanilla le van a pasar la factura por hoy al del volante, o peor, no se la van a pasar.
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