Regreso a casa a paso ligero, por la calle casi a oscuras, pero el insistente zumbido del fotomatón, pegado a la puerta del supermercado, hace que me detenga. Por la ranura exterior va saliendo, a trompicones, una tira con cuatro fotos idénticas de una chica. Miro a mi alrededor y no encuentro a nadie esperando esas fotos; curioseo por debajo de la cortina –demasiado corta- pero en el interior de la cabina tampoco hay nadie. Me acerco un poco más y recojo la tira de fotos, en las que una joven preciosa aparece retratada con un gesto un tanto asustado. Se le habrá terminado la paciencia esperando, deduzco, ya se sabe que estas máquinas tardan una eternidad. Doblo la tira y la guardo en el bolsillo trasero. Recuerdo, de golpe, que tengo que renovar el permiso de conducir, por lo que me arreglo un poco el pelo y aprovecho para entrar en la cabina y hacerme unas fotos. Me cierro tras la cortina, introduzco un par de monedas, y sigo las instrucciones de una voz metálica que parece venir de otro mundo. Ajusto el taburete, encuadro los ojos en los óvalos de la pantalla y esbozo una sonrisa, mientras escucho la cuenta atrás del fotomatón: tres, dos, uno....
El fogonazo del flash me ciega durante unos instantes, me paraliza. Al cabo de unos estáticos minutos, bajo un ruido ensordecedor, me expulsan de la cabina, rígido, aplastado y con gesto de espanto. También a trompicones, pues la ranura exterior continúa siendo muy estrecha.
Tomado de Realidades para Lelos
1 comentario:
Muy Bueno Víctor!
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