Estoy en el trabajo. El sol entra por las ventanas del ático. Van llegando uno a uno y, si bien estoy de espaldas a la puerta, sé por el signo distintivo de cada uno (la pisada madura, el paso apurado, un tacón, las luces encendidas, el ruido a bicicleta) de quién se trata. La sinfonía está por comenzar.
Un suspiro con partículas de tabaco hace el llamamiento y ya es imparable. Le sigue el mío que aún duerme y luego el de Carum con sabor a desayuno. Dani, que acaba de entrar, se da prisa para largar uno en ese pequeño intervalo que vio que nadie tomaba. Y así sucesivamente nos turnamos, porque de hacerlo juntos sabemos que romperíamos los vidrios y las esquirlas caerían en la cabeza.
Juani suspira independizarse, salir de la rutina que le mantiene el sueldo pero no los años. Darío, para que le devuelvan al padre, porque por muchos años que tenga, de su casa y de su madre no piensa irse. Carla suspira vivir en una playa rodeada de chamanes y levantarse de su cama de arenas cuando el sol también se levante.
Yo también suspiro, constantemente, como una luz pequeñita de color intermitente, como la de los arbolitos de navidad, intercalándome con los otros muchos colores que hay flotando en el espacio libre que queda en el ático. Así hacemos música.
Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos
Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos
1 comentario:
Si tuviera que cerrar los ojos y relacionar este cuento con algo de música sin duda elegiría algo de piano de Tchaikowski.
¡Qué gran fortuna! Otros tenemos una banda sonora para comenzar el día de puto heavy-metal.
Un saludo
papelesdeyesca.blogspot.com
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