La Lata rodaba o reptaba o traqueteaba o escalaba, según los accidentes del terreno. La Lata había partido de Base con un objetivo: arribar al foco de mayor virulencia y…
—¿Está seguro de que ya hemos probado todo? —indagó el mayor Rogers.
El capitán Distéfano desvió la vista del visor-mural y la posó en su superior.
—Todo —afirmó, secamente.
Ambos oficiales volvieron a concentrar su atención en el visor-mural, donde una pequeña cruz rodaba, reptaba, traqueteaba y escalaba con un único propósito; ambos oficiales echaron una nerviosa mirada al botón rojo intermitente del tablero de pilotaje.
La Lata —un macizo caparazón arrastrándose sobre una superficie devastada— llegó finalmente al vórtice señalizado y, atenta a su programación, se detuvo.
—¡Observe! —Distéfano buscó el botón rojo del tablero—: ¡Ya llegan!
Un enjambre de furiosos puntos invadía los márgenes del visor-mural, dispuesto a rodear a la cruz, que había superado la penosa superficie del invierno radioactivo.
—¡Primera Fase! —rugió el capitán Distéfano, y esperó en un tenso silencio.
La Lata se armaba: un negro panel se desplegó y se alzó por sobre la multitud de hombres-mutantes, que no dejaba de castigar con furia animal el blindaje del rodado.
—¡Última Fase! —Distéfano posaba el dedo sobre el botón rojo, cuando sintió que la mano de Rogers se cerraba en torno a su brazo—. ¿Qué demonios quiere, mayor?
—¿Está seguro de que ya hemos probado todo? —balbució Rogers.
—¡Afirmativo! —bramó Distéfano, y presionó el botón de destellos escarlatas.
Hubo una explosión…
El Danubio Azul, de Richard Strauss, estalló con la fuerza de sus potentes acordes.
La turba de desastrosos se paralizó. Tomaron distancia de la Lata y la rodearon. Entonces redoblaron el ataque con uñas y dientes, con palos y piedras, y se alejaron nuevamente…
¡Pero el milagro de la música continuaba!
Un mutante se desprendió del grupo. Su figura meliflua e inquietante se recortó en el aura nítida del amanecer.
No tardó en hacer algo que hubiera demudado a sus compañeros, pero éstos sólo balbucieron y emitieron roncos chillidos.
El mutante había adelantando la palma, ¡y había tocado la superficie de la pared musical!
Las armas cayeron de las descarnadas manos de sus congéneres, y los pasos vacilantes rodearon al monolito.
Todos miraron a lo largo y ancho de la inmensa y oscura placa, y adelantaron sus manos, y tocaron la bituminosa superficie, mientras la melodía proseguía.
En Base, los oficiales aplaudían y elevaban vítores.
—¡Uf! —lloriqueó Rogers. Y repitió—: ¡Uf!
Mientras tanto, en la escena post-nuclear, el sol asomaba por encima del negro panel de la Lata, como una nota de esperanza.
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