Se despertó sobresaltado. Como todos los días, el ruido del choque de las bombonas de butano contra los hierros del camión le había arrancado violentamente del sueño. Eran sólo las ocho y media de la mañana. Enfurecido, se puso el batín y las zapatillas y bajó a la calle dispuesto a cualquier cosa.
Al ver que el camión del butano arrancaba para continuar su itinerario habitual por las calles aún oscuras del barrio, cogió un ladrillo del contenedor de una obra que había junto a su portal y lo lanzó con fuerza contra la ventanilla del conductor. El certero proyectil rompió el cristal y fue a parar a la sien izquierda del trabajador de Repsol Butano dejándole inconsciente en el acto. Ante el asombro y la impotencia de su compañero de reparto, el vehículo continuó avanzando sin rumbo fijo hasta chocar contra el escaparate de una sucursal bancaria atestada de ancianos que guardaban cola a la espera de poder cobrar su pensión mensual.
El hombre se sacudió el polvo de las manos y, tras mirar a ambos lados de la calle para cerciorarse de que nadie había sido testigo de su venganza, subió a su casa, se quitó el batín y las zapatillas y volvió a meterse en la cama con la esperanza de recuperar para siempre la tranquilidad que durante tantos días le habían usurpado.
Justo cuando empezaba a conciliar de nuevo el sueño, llegó la ambulancia con su atronadora sirena a recoger a los ancianos heridos.
Tomado de: http://masclaroagua.blogspot.com/
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