Yo me acuerdo bien de ese día: ese día, yo le tocaba a la Yolanda. Y por eso se pelearon con la Paula. Primero se reputiaron en el andén: que lo llevo yo, no que me toca a mí, que vos lo tuviste el feriado largo… Y en un momento la Yoli la empujó mal a la otra, que era más flaca y más chiquita. Pero también, siempre pensé, esa caída de Paula del andén a las vías, fue con mala suerte. Porque si venía el tren, vaya y pase, pero caerse de un metro, y pegarse justo justo en la nuca como para quedar seca, ahí, de una, eso es de mala suerte. Digo: podía haberse salvado, la pobre.
Lo que pasaba era que a Paula la gilada le daba más plata que a Yolanda. Creo que con Paula yo pasaba más de hijo: ella era rubia y chiquita como yo, que tenía casi seis años, pero parecía de cuatro por lo flaquito. Todos dicen que debo haber salido a mi papá, que capaz que era rubio, porque mi mamá era morocha, como la Yolanda, y siempre fue de pesar más de cien kilos. Y por eso casi no podía caminar, y me alquilaba por cinco pesos por día a cualquiera de las dos. A ella no le importaba con quién de las dos salía: Ustedes arreglen como se les cante el orto, pero lo quiero en casa a las ocho.
Y creo que por eso aprendí la hora antes de aprender a escribir. Como me cansaba mucho, trataba de dormir la siesta en el tren, entre las dos y las cuatro. A esa hora siempre hay algún asiento libre.
Con el quilombo del accidente todo cambió. Siempre digo: la verdad, podrían haberme compartido sin pelearse. A la final, para lo que sirvió: la Yolanda estuvo un tiempo en cana, y después se fue del barrio. Y la otra pobre, muerta. Y yo fui a parar al Instituto, y ahí se cansaron de preguntarme cómo fue la pelea en la estación. Yo toda la vida me mantuve en que no había visto nada. Por supuesto que hasta el día de hoy me acuerdo todo muy bien, y por eso estoy seguro que ese día le tocaba a la Yolanda. Después de un tiempo se conformaron con que me había olvidado de todo por el trauma del accidente y esas cosas que chamuyan los psicólogos. Y como ya no moqueaba más a la noche y de día me portaba bien, dejaron de darme bola.
A mi vieja la vi dos veces en todo este tiempo: si no podía moverse ni para ir hasta la estación, menos llegar al Instituto, la pobre. Y para colmo yo, que ya no aportaba con nada en la casa. Cuando volví al barrio, me dijeron que se había muerto. Los vecinos me contaron que a veces hablaba de mí.
Ahora ya pasaron más de veinte años. Tengo treinta pirulos y tres pibes con la Sonia. Pero la experiencia me enseñó. Por eso a ella, a la Sonia, la tengo bien cortita en el tema de los chicos: los que ella no usa los puede alquilar, pero sólo medio día. Los chicos tienen que ir a la escuela y ella tiene que atender la casa. Que para eso se forma una familia, qué embromar.
Gladis Lopez Riquert
4 comentarios:
Muy bueno, Impecable!
Implacable también... una luz oscura muy bien descrita... aplauso!
Muchas gracias por los comentarios
Gladis
Excelente cuento, con final muy actual
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