Conozco de ella sólo la mitad de una sonrisa, un ojo del lado contrario y un gesto dibujado entre la ceja que se adivina y la comisura del labio. Sé que su nariz está justo a un diámetro de la cabeza del hada que la habita y hace que huela un colmo de poesía que inocula en mí sus gustos y sus olores para que viaje en un tren imaginario a su mirada de lobo gris, de animal de estepas y silencios, de tigre de junglas y zonas húmedas que no se ven en su rostro.
El misterio se completa con fotos viejas que conservo en una caja de cartón, cuadernos en los que mantiene su letra impresa con precisión y lejanía, miradas cruzadas en un patio en el que nos conocimos, seguramente, porque ambos hablamos del mismo Sur, donde alguna vez yo deseé haber rozado su piel, tomado su mano aunque sólo fuera para saludarla con protocolo y serenidad, mientras en mí bulleran los barros calentados por volcanes que separan su mundo del mío. Atrás de todo, una figura blanca, un martillo blanco, una sonrisa en medio corazón de labios. Un sabio mago vestido de blanco comiendo un delicioso higo blanco.
Más espero encontrar en ella una mirada y más me licuo en mi inusual silencio, en arreboles inciertos, en festines olvidados y, sobre todo, en manos que cubren mis manos con sonrisas, con cuentos de lugares inaccesibles que van desde dentro de su piel al aire que tengo al alcance de mi mano. Quisiera tenerla más a mano como los nombres de sus sirenas y sus dioses. Alcanzarla al menos con la voluntad de la poesía cruzando toda la vastedad que nos emana y nos separa. Desde una piedra clavada hasta un camino en mitad de la nada en el que sólo soplamos el viento y mis dos manos, acodado en un acantilado más agreste que elevado, volando como ave para llegar a la mitad de esa mirada que me mira y no me mira, acentuando el misterio con un nombre imaginario y su ojo jocundo.
Estoy seguro de una cosa: jamás encontrará mi piel su piel; jamás beberemos un vaso en el desierto ni en el mar; jamás decidiremos qué poema será posible leer, enmarcar en la mitad del labio, proferir con las alas batientes en medio del viento. Todo lo que sé esta plasmado en una mirada de lobo, en una sonrisa imperfecta de Monna Lisa moderna y extemporánea, en una ceja arqueada que pregunta y es enigma. Todo lo que sé está acá, en pocas líneas, en cuatro tiempos, en las olas de un mar convertido en montañas en movimiento. Todo lo que sé está guardado en un cofre esperando la próxima vez que los volcanes decidan dar vuelta mi piel y darme la tuya.
7 comentarios:
Incluso habiendo cosas de las que se me escapa el significado (y me pregunto si a veces eso importa...) me encanta este cuento Héctor, lleno de una mezcla de poesía y conocimientos diversos, arcanos, ocultos, renacentistas, barrocos, medievales y de toda época. Como suelen ser sus escritos. Enhorabuena.
Este comentario es una exclamación, sin palabras, llena de suspiros y sentimientos de lejanía cercana luego de haber leído estas fantásticas líneas.
Muchas gracias! Y gracias al seleccionador! Gente, me sonrojo!
Bello y preciso. Gracias por compartirlo.
¿Cómo que sonrojarse? ¡Asuma su responsabilidad! Cuando se escribe algo tan poético y precioso, o lo dirije usted a un público vegetal o mineral, o le ocurrirán estas cosas permanentemente.
Que belleza de texto! Prosa poética de alto vuelo. El final, Héctor! Muy especial, me hubiese gustado escribirlo yo..
Ogui, uno se traslada en la lectura hasta ese Sur en medio del encuentro irrepetible entre estos protagonistas. Muy bueno!!
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