Las mujeres supieron lo que acontecía. Susurraron desde sus ventanas para que el viento diseminara la noticia. Lo sabían con la certeza de las historias de las otras que habían partido.
Dos días y una noche demoró la convicción en traspasar cada morada, las habían pequeñas, altas, maltrechas, hermosas, oscuras de tristeza, radiantes y exquisitas.
Un beso en la frente a cada padre, hermano, hijo, amante.
Por el sendero que alumbra la estrella menor una hilera.
Las mujeres supieron lo que acontecía.
Caminaron serenas uno, dos, tres días, durmieron bajo la osa mayor hasta que ésta se retiró, no sin antes empaparlas de gotas de luz.
Una hilera brillante cruza el río al anochecer. Más tarde, brazos de luna. Dos, tres, cuatro días a paso coordinado como leonas, con la imagen del padre, hermano, hijo, amante.
Las mujeres supieron lo que acontecía, a la tierra se le había parado el corazón. Creía que ya no paría, que se secaban sus latidos, se entumecía de soledad. Las mujeres lo supieron apenas escucharon su silencio, cuando les desgarró su grito, cuando no pudieron abrazar su llanto.
Perdidas tres, cuatro cinco días, ningún indicio de algún latido, ni un llanto pequeñito, nada que alertara el camino correcto, aún así los pasos no se detuvieron.
La lluvia trajo un secreto, la tierra ya casi había muerto. El agua del cielo disolvió las pisadas y la hilera de mujeres lloró los caminos perdidos. Transitaron serenas uno, dos, tres días, durmieron bajo la osa mayor hasta que ésta se retiró, no sin antes empaparlas de gotas de luz.
Una hilera brillante cruza el río al anochecer. Más tarde brazos de luna. Dos, tres, cuatro días a paso coordinado como leonas con la imagen del padre, hermano, hijo, amante.
Dicen que un día cualquiera, muchos años después, los hombres escucharon la tierra cantar, palpitaba con otras voces, se agitaba para apurar la cosecha, al final del día un viento helado rozaba sus frentes.
Las mujeres supieron lo que acontecía. Espantaron la soledad, arrullaron la pena, cantaron con justicia la belleza de la tierra, para que no se sintiera sola, seca y vacía a su partida. Lloraron los caminos perdidos por última vez y tomaron su lugar.
Las mujeres supieron lo que acontecía desde el primer beso al padre, hermano, hijo, amante, la convicción les dijo antes de partir; no habría vuelta atrás.
En cada morada aún saben con certeza que la tierra un día murió y luego dejó de morir.
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