Hoy me despidieron de un buen trabajo como asesor de inversiones inmobiliarias. Podría ser una mala noticia. Pero mirándolo bien, ahora tendré la oportunidad de dedicarme a escribir microrrelatos, que es lo que siempre me habría gustado hacer.
El jefe de personal me había llamado a su despacho, para preguntarme por qué mis informes eran cada vez menos extensos y aparentemente no muy ajustados a la realidad. La empresa cobraba sustanciosas minutas, y los clientes esperaban dossiers voluminosos y, por supuesto, fidedignos.
—¿Tiene algo que decir sobre esos informes? —su pregunta sonó como una última oportunidad antes de despedirme.
—Mis informes son breves, pero no tan breves. Y además algunos se acercan a las mil palabras —contesté, sabiendo que me la jugaba.
—No me interrumpa. Hay informes de menos de ciento cincuenta palabras, ¿cree que algún cliente pagaría por ello? ¿Se ajustan a la realidad, o se ha inventado usted esos dossiers?
—Creo que reflejan bien lo que me envían del departamento de documentación, aunque puedan parecerle químicamente impuros.
—¿De qué demonios está usted hablando? —gritó, colérico.
—No me hable de usted, puede tuitearme —pronuncié sabiendo que era mi sentencia y que me despediría antes del siguiente parpadeo.
—¿Es ésa la formalidad que debería esperarse de un asesor que trabaja en esta empresa? ¿Es que me está tomando el pelo? Vaya inmediatamente a administración y pida su liquidación. Está despedido.
Y ahora estoy sin empleo, pero quizá esta historia pueda servir para escribir mi primer relato.
El jefe de personal me había llamado a su despacho, para preguntarme por qué mis informes eran cada vez menos extensos y aparentemente no muy ajustados a la realidad. La empresa cobraba sustanciosas minutas, y los clientes esperaban dossiers voluminosos y, por supuesto, fidedignos.
—¿Tiene algo que decir sobre esos informes? —su pregunta sonó como una última oportunidad antes de despedirme.
—Mis informes son breves, pero no tan breves. Y además algunos se acercan a las mil palabras —contesté, sabiendo que me la jugaba.
—No me interrumpa. Hay informes de menos de ciento cincuenta palabras, ¿cree que algún cliente pagaría por ello? ¿Se ajustan a la realidad, o se ha inventado usted esos dossiers?
—Creo que reflejan bien lo que me envían del departamento de documentación, aunque puedan parecerle químicamente impuros.
—¿De qué demonios está usted hablando? —gritó, colérico.
—No me hable de usted, puede tuitearme —pronuncié sabiendo que era mi sentencia y que me despediría antes del siguiente parpadeo.
—¿Es ésa la formalidad que debería esperarse de un asesor que trabaja en esta empresa? ¿Es que me está tomando el pelo? Vaya inmediatamente a administración y pida su liquidación. Está despedido.
Y ahora estoy sin empleo, pero quizá esta historia pueda servir para escribir mi primer relato.
9 comentarios:
Deberías tener cuidado, Javi; es probable que tu pasión por la literatura está influenciando demasiado en el resto de tus actividades.
Muy buen relato.
Muy bien pensado! Ahora podrías hacer la sección clasificados... jaja! Me imagino la cara del Jefe y me rio solo...
Gracias amigos, fue divertido escribirlo, y si también lo ha sido para vosotros, entonces estoy encantado.
Felicitaciones, quisiera yo tambien mandar al carajo mi empleo y seguir escribiendo
Muy buen relato. Enhorabuena.
Gracias a todos.
Si no estáis conformes con vuestros empleos, creed en vuestros sueños.
Javi, con éste te saliste. Incluyes y encajas el no tan breves y el químicamente impuro a la perfección. La idea, el ritmo, la ironía... para mí es de excelente este texto. Enhorabuena y saludos.
Muchas gracias Víctor. Fue mi pequeño homenaje a BNTB, QI, Ráfagas y Parpadeos y twitter, los lugares donde he encontrado un montón de amigos y, sobre todo, muy buenos ejemplos que me han hecho introducirme en este mundo de la escritura, del que tanto estoy disfrutando.
Un saludo.
Sólo puedo aplaudir. Genial sin más.
Un saludo indio
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