¿Has perdido el sentido de tu vida?, me preguntó aquel viejo extraño saliendo de una tienda cualquiera, en una calle cualquiera, fría y gris de este otoño algo más melancólico y lascivo que otros años. Yo lo miré sorprendida, sopesando el silencio asombrado de mi boca; perdone, resolví en contestarle, mi vida no es asunto suyo, y desde luego que no ando perdida, pero dígame, sabe usted acaso qué ha sido de la suya? El viejo, de extraños ojos verdes, esbozó un sutil gesto sonriente sin dejar de clavarme su mirada en las pupilas. Suerte princesa, me respondió calmadamente con un deje de dandi de película en blanco y negro. Inmediatamente después prosiguió su camino, sin apenas rozarme el abrigo rojo con el pardo tejido de su chaqueta. Por un momento quise ver en el rincón más escondido de aquella indescriptible sonrisa el oscuro reflejo de un afilado colmillo. Entonces pensé que quizás me hubiese equivocado de cuento. Una bofetada de frío repentina fue la que me hizo despertar de mis divagaciones, a la vez que recordaba, despejando mis dudas, que hacía tiempo que mis dos abuelas habían muerto. Retomé mi camino y volvieron a mi consciencia vivos y claros todos los sonidos y luces de la ciudad nocturna. El frío parecía anestesiar sin embargo mi nocipercepción, aliviándome de las rozaduras de aquellos incómodos zapatos de cristal, a la vez que también cedía el agudo y localizado dolor en el dedo índice de mi mano izquierda tras el pinchazo horas previas con la aguja de la máquina de coser. Mientras tanto continuaba agarrando con mi mano derecha pegada al costado el libro repleto de poemas, aprovechando el vaivén del paso para ir dejando caer disimuladamente y poco a poco, a modo de reguero, todas las palabras al suelo. Cuando la noche creciera y se hiciera profunda y mágica, sólo ellas podrían devolverme a casa.
JUEGOS FLORALES 2024
Hace 2 meses.
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