Leticia contempló a la anciana con irritación; no podía evitar sentirse enojada. A punto de cumplir cien años, la vieja conservaba una salud de hierro, mientras que ella, la bisnieta, o algo así, estaba siendo devorada por el cáncer.
—¿Qué te ocurre? —dijo la mujer mayor captando el ácido oculto en la mirada de la joven.
—Esto es una mierda. ¿Me tengo que morir yo, no vos?
—No se muere el que se debería morir —replicó la anciana—; no siempre. —Pero antes de que Leticia pudiera articular una palabra, agregó—: Dame tu cuerpo; yo te daré el mío. Se me ocurren un par de cosas interesantes para hacer antes de que no sirva para nada.
—No creo en esas estupideces, pero aunque fuera posible —dijo la chica—, ¿para qué quiero esa ruina?
—Hace un momento envidiabas mi salud.
Leticia alzó la cabeza, miró el techo, cerró los ojos, apretó los puños. —Dámelo —dijo finalmente.
La anciana sonrió antes de resumirse en el último aliento, un vaho blanquecino que flotó unos segundos en el aire viciado de la habitación. Luego, con discreción, como si dispusiera de todo el tiempo del universo, ayudó a que Leticia saliera del cuerpo enfermo y la condujo hasta su nueva morada.
JUEGOS FLORALES 2024
Hace 2 meses.
2 comentarios:
Buagh, Sergio, terrible historia de envidias.
Un saludo.
Este relato me gusto justamente por que saca a relucir lo peor de las personas.
Publicar un comentario