sábado, 23 de enero de 2010

Día acción de gracias - Iñigo Fernández


Cuando la transmisión de la Tierra finalizó, todos en la sala suspiraron aliviados. Los Vaqueros habían ganado a los Leones por un punto en el tradicional juego del Día de Acción de Gracias. La costumbre, llevada a Marte ochenta años atrás por los primeros colonizadores y fomentada por la autoridad de NovaWashington —único asentamiento norteamericano en territorio marciano—, generaba en los colonos un vínculo especial con esa lejana metrópoli en la que sólo los más viejos habían tenido el privilegio de nacer.
Como el uso terrestre lo indicaba, una vez concluido el partido, mamá Tyler y la pequeña Rose terminaron de poner la mesa, al tiempo que abuelo Tyler, por ser el único miembro de la familia originario de la Tierra, no paraba de contar anécdotas de juventud que, invariablemente, terminaban por convertirse en críticas amargas contra esa “roca” rojiza en la que ahora se veía obligado a vivir; críticas que, además, lo mismo arrancaban gestos de asombro a Jimmy, su nieto, que bostezos de aburrimiento a papá Tyler, su primogénito.
A un llamado de mamá, todos entraron al comedor y se sentaron en torno a la mesa. Encima de ella había un par de tazas con salsa de arándano; un cuenco grande con puré de papa; una fuente llena hasta el tope de maíz dulce y otra rebosante de judías verdes; una tarta de manzana y un platón con el guiso principal de la cena: “pavo marciano”. Abuelo Tyler revisó los alimentos y, como era habitual en él, al ver el último hizo una mueca de desagrado.
—¡Vamos, abuelo! —dijo mamá con un deje de dulzura al percatarse de lo anterior—. Ahora hicimos un esfuerzo pensando en usted y compramos maíz de la Tierra.
—Además —añadió papá— prometiste que este año ya no ibas a hacer escándalos. ¿Lo recuerdas?
El anciano bajó la mirada y gruñó a manera de respuesta, tras lo cual, papá pronunció la acostumbrada oración de Acción de Gracias familiar. Al amén le siguió un ir y venir de platos que más tardaban en llenarse que en quedar vacíos. El abuelo no fue la excepción, si bien apenas se sirvió una pequeña porción del “pavo marciano”, misma que dejó tras darle una pequeña mordida.
—Sin duda este es el pavo más rico que has preparado, cariño —exclamó papá con la boca llena.
Abuelo Tyler lanzó una risa socarrona.
—No vayas a empezar, papá. Te lo advierto. —el hijo espetó.
Ese día Abuelo Tyler no estaba de humor para discutir, así que después de disculparse, se levantó de la mesa y tomó su bastón. De camino a su recámara recordó los inicios del asentamiento, cuando humanos y marcianos compartían la mesa hasta que las hambrunas obligaron a crear el “pavo marciano”, un eufemismo convertido ahora en tradición, con el que las buenas consciencias ocultaron lo que era un acto de verdadero canibalismo.

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