El Ruso está despatarrado en el sillón, sin embargo a esa actitud de desgano él la transforma en la relajación prolija y estable de un noble antiguo frente a sus vasallos.
Sólo le falta una pata de pollo en su mano, y una bandeja con uvas tintas y rosadas arriba del Marshall que desde hace un rato ya se calentó.
En una de las paredes está mal pegado un póster de Mick Jagger cuando era joven, envuelto en un tapado de lana de oveja que se ve muy extraño. La luz difusa hace aparecer a la imagen casi en tercera dimensión, igual que nosotros, que en este sótano parecemos animales de los fosos más profundos de la naturaleza o peces sin ojos de las zonas abisales.
Me pregunto por el sol, un objeto que a pesar de su incontenible fuerza jamás podrá manifestarse en estas profundidades, donde sin dudas sería un intruso no grato.
El protagonismo insólito se lo lleva esa lamparita de setenta y cinco watts que cuelga de un cable desparejo que se asemeja a un cordón fetal.
Esa lamparita es nuestro sol.
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