miércoles, 4 de noviembre de 2009

Lecciones de paranoia mal aprendida 2 - Héctor Ranea



—¡Ni muerto! —dijo el condestable Conrol a su Archicondesa Venerable.
Se refería a la aplicación de siliconas en el pene para alcanzar la medida estándar del Reino y así competir por el premio de Pase una Noche con la Princesa. Que era la hija de la Archicondesa. La doncella, que llevaba quince primaveras concursando desde que había cumplido la mayoría de edad, que en el Reino se había fijado en treinta pasajes del Sol, no había podido dormir con nadie desde el primer concurso. Seguía con su doncellez a cuesta y, antes de llegar virgen a la provectitud, la Madre Deseable quería que tuviera una alegría. Pero los Reglamentos Reales sobre el Soberbio Certamen eran taxativos y rara vez se podían encontrar candidatos. Alguien había escrito en los mismos que la medida estándar de longitud peneal debía equivaler a dos manos de la Archicondesa y eso era imposible de conseguir y, cuando se lo hacía, difícilmente el miembro fuera viril. Así que la doncella seguía así, por los siglos de los siglos.
El Condestable Monrol había estado enamorado de ella antes de que estos concursos sacudieran la paz del Reino y -sospechaba la Soberana Inconmovible, la Archicondesa Venerable- había escrito dos en lugar de una mano, que era lo convencional para evitar que alguien desflorara a su amor. Pero la negativa a ponerse una prótesis era tan cerrada que las sospechas de la Madre de Todas las Madres no sabía a quién culpar. Supuso que los vecinos Pedestales eran los culpables y dio instrucciones para iniciar una guerra, convencida de que el Condestable confesaría. La apoplejía que le sobrevino la dejó sin poder de decisión y una noche el Condestable se acercó, abrió su capa con dos manos dejándole ver a ella, la Soberana Infalible, que había vivido equivocada. Y a fe de ella, con las puertas de la alegría al alcance de sus manos.

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