sábado, 17 de octubre de 2009

Recuerdos rigurosamente vomitados – Héctor Ranea


En el andén sin vía del eterno retorno, claman por un lugar cerca de la banda de suicidas los filósofos negacionistas, los empiristas simbólicos, los inclasificables. Se dice que el tren arriba en término, aunque esto se viene diciendo desde al menos el comienzo de la eternidad. Pero, se sabe, la eternidad no debería tener inicio, ya que tal evento podría propagar una perturbación que modifique las condiciones de la eternidad hasta tal punto de hacer que el Universo, o bien colapse sobre sí mismo, o bien se cuele hasta el infinito ya sea acelerando o con velocidad constante. En esta instancia podría ser compatible con la eternidad, pero inmedible. El problema, como dijo una amiga poseedora del futuro en esos raros momentos de gracia que deja el alcohol, es que, si existe un ser eterno, para él no debería transcurrir el tiempo o sea que todo es simultáneo en él, lo que es nuestro futuro y lo que es nuestro pasado, y en estas condiciones no estaría disponible para entender el más banal de los problemas ya que para esto es ineludible saber el orden en el que se presentan las etapas. Así, ese ser sería un inútil despojo de materia inaccesible hacia el cual nada puede fluir para tener contacto con él, pues de hacerlo debería estacionarse el tiempo y a partir de esa detención nada es posible. Entonces mi amiga empieza a vomitar recuerdo tras recuerdo, como arrancando las páginas de una enciclopedia que sólo ella conociera. Y así me entero que estuvo enamorada de mí una primavera que no recuerdo y que guarda un poema que le envié cuando estuve enamorado de ella, pero ella vivía con sus esperanzas en otro que ha olvidado. Y así, recuerdo por recuerdo que iba regurgitando primero y después evacuando, procedía para alimentar una vieja amistad que había quedado trunca en una plaza cualquiera, o para darme esperanzas de que mi amor por ella sería recompensado al menos con una sesión de sexo apañada por la duda porque después de todo: ¿qué son dos horas en una amistad que dura tanto?
Ella vomita recuerdo por recuerdo empapada en alcohol y yo en amargura. Las mismas caras que tengo en mi memoria fluyen de su vómito como en una presentación automática para proyectar en los cines de barrio, sólo que mudas. Las mismas autoridades eclesiásticas que nos denunciaron y que tuvimos que evadir con el olvido y el miedo se cristalizan en su vómito inacabable. Al cabo de un rato, contagiado de su manso vómito, lloré todos los recuerdos, uno por uno. Al despertar, afortunadamente, ninguno de los dos recordaba al otro. Nos dijimos: –Adiós, nada ha sido posible entre nosotros. Todo queda en charcos que lentamente irán drenando sus despojos al mar que es el morir.

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