A Gabriel siempre le pasa. El tiempo va más rápido que él y siempre llega tarde. Hoy se tuvo que poner la primera colonia que encontró y ya estaba saliendo a la hora que tendría que haber llegado. Los otros músicos lo van a moler a insultos, como siempre. Se sube al auto, raja. Encima no se le ocurre nada para tocar, ninguna melodía. –¿Por qué me habré puesto a cocinar en lugar de irme a bañar? –se pregunta. Cuando llega todos están con caras de culo por el retraso y él, encima, no tiene nada en la cabeza. La besa a B, la baterista, en la boca, como siempre, pero sigue sin nada en la cabeza. Nada de nada. Ni música ni nada. Se le ocurre una melodía banal, de esas que suenan en radios descaradas. Empieza por darla vuelta, mientras pone en orden las cosas. La secciona, la da vuelta, la traspone de mayor a menor, siete compases los vuelve al original, no. Cuatro, después ve. Se le acerca una mujer mayor y lo huele y comenta con una amiga: –Sí, tenías razón. Pero es que no me puedo resistir. Y le da un beso. Gabriel no entiende nada pero sonríe. Mientras trata de ensayar, otra mujer joven lo abraza, lo apretuja. Él trata de zafar con una sonrisa. Empieza a tocar esa música pistola que se inventó y ve que las dos mujeres que lo abrazaron empiezan por tocarse las manos y abrazarse al son de la música. Él sigue, sigue tocando y los músicos están maravillados porque a la baterista la están besando mujeres y varones, discretamente, sin acoso, como se hace con los amigos, pero con un cierto brillo en los ojos y en una actitud inusual en público de casorio. Los que se acercan a Gabriel se van con una sonrisa. Y no es por la música. De su trompeta sólo sale esa música barata dada vuelta y con algún toque de esos impromptus que sabe tocar él y la gente más que bailar se abraza, se soba, se enloquece.
A la madrugada, con poca luz en la habitación, el trompetista descubre que no está en su casa sino en un lugar lleno de cuerpos desnudos que todavía en cierto modo bailan. Hay incluso algunos jóvenes que están amándose como en el primer minuto. Se levanta como puede y sale. Vuelve a casa intrigado de esa noche tan inquietante que le tocó vivir. Cuando llega al baño la loción que usó está llena de escarabajos, escolopendras, batracios de dos especies, salamandras, escorpiones, gaviotas, teros, surubíes, pargos, corvinas, osos y jirafas zangoloteándose en la tina. Quien le regalara esa loción posiblemente supiera los efectos de las feromonas. Ahora tenía que recordar quién había sido.
A la madrugada, con poca luz en la habitación, el trompetista descubre que no está en su casa sino en un lugar lleno de cuerpos desnudos que todavía en cierto modo bailan. Hay incluso algunos jóvenes que están amándose como en el primer minuto. Se levanta como puede y sale. Vuelve a casa intrigado de esa noche tan inquietante que le tocó vivir. Cuando llega al baño la loción que usó está llena de escarabajos, escolopendras, batracios de dos especies, salamandras, escorpiones, gaviotas, teros, surubíes, pargos, corvinas, osos y jirafas zangoloteándose en la tina. Quien le regalara esa loción posiblemente supiera los efectos de las feromonas. Ahora tenía que recordar quién había sido.
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