A veces pesa tanto la cantidad de soledad que llegamos a juntar que nos alojamos en un hotel a media noche sólo para huir de ella. Una vez en la suite inventamos cualquier justificación para pedir servicios por teléfono, regresar a recepción, cruzarnos con huéspedes en los pasillos… Nos sentamos al borde de la cama y el chirriar de los muelles provoca un gemido al otro lado de la pared. Pensamos que no guardaba relación con nosotros hasta que nuevos suspiros responden al oxido de los hierros. Después de la bulliciosa pasión, sin pronunciar una sola palabra, nos hemos dormido con un siseo denso de la garganta. A la mañana siguiente hemos entregado las llaves en el mostrador y hemos descubierto que ruidos conocidos nos seguían, alquilaban un apartamento al lado del nuestro y nos acompañaban hasta que frecuentes discusiones de platos y vasos rotos instalaban de nuevo el silencio y el olvido en nuestras vidas.
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