viernes, 28 de agosto de 2009

El dilema del Minotauro - Javier Montoro


Nadie -nadie- le había preguntado qué era lo que quería.
Hacia el mediodía la maraña de pasillos sombríos donde descansaba se volvió susceptible a los rayos del sol, que apuntaban directamente a sus ojos empapados. El suelo pétreo del laberinto se coloreó de luz, pero él siguió por mucho tiempo sumido en una noche eterna. Se preguntaba muchas cosas. “¿Por qué?”, quizá.
Los catorce jóvenes atenienses estarían en aquel momento maldiciendo a la vida en el mar, camino de Creta. Tendría que hacerlo otra vez. Y no sabía exactamente el motivo, pues desde que tenía uso de razón había vivido frustrado en las paredes de su cárcel ambigua esperando año tras año un banquete de carne humana. Tendría que hacerlo para no defraudar a todos esos cretenses que, por un día, dejaban de hablar de él como un monstruo y lo trataban como un héroe. Tendría que hacerlo, probablemente, para llevar a cabo la venganza en nombre de un territorio que ni siquiera había pisado.
Tendría que hacerlo como otros años; tendría que hacerlo como siempre lo había hecho. Tendría que devorar los cuerpos frescos y vivos de aquellos jóvenes, sin mostrar miedo, sin dejar que sus fuerzas flaqueasen. Pero no quería. Él no era así.
Horas y horas pasó el minotauro llorando, pensando, dejando de vivir a cada instante. Y finalmente decidió que esta vez no. Esta vez no lo haría.

Poco después, un muchacho llamado Teseo salía radiante del laberinto, con el estómago lleno. Volvía como el superhombre capaz de haber matado a aquella alimaña que año tras año engullía a catorce atenienses sin remordimiento de conciencia.

Tomado de: http://trazandocaminos.blogspot.com/

1 comentario:

natalia manzano dijo...

¡qué bueno!
no sólo el tema de cumplir con las malditas expectativas, sino también cómo cambia el signo de la victoria de Teseo.





ole!