Laura acababa de cumplir los 35. Su madre estaba viviendo sus últimos días, era fácil percibirlo. Llevaba varios años cuidándola y cada vez estaba peor, con menos fuerzas, con menos ganas de vivir en su mirada. Ya hacía tiempo que no se levantaba de la cama.
Ese día estaba sentada a su lado, en la butaca basculante en la que gastaba las horas leyendo o mirando hacia ningún lado, cuando la anciana la tomó de la mano y, en un tono que nunca lograría olvidar, iba a escuchar de los labios de su progenitora un rápido repaso de su propia vida.
—Hija, ahora que siento que voy a morir, quiero agradecerte lo que has hecho por mí estos años. Siempre he tenido presente que el día que fuiste a hacer los trámites para quedarte en casa cuidándome, por eso que llamaron Ley de Dependencia, cambiaste tu vida. Dejaste tu empleo y sólo te dieron un pequeño salario por hacerlo, cuando sin embargo quedaba atrás tu brillante carrera como ingeniero. Sé que ganabas un buen dinero en la empresa de electrónica, que vivías bien, que tenías todo lo que deseabas a tu alcance, que nunca te faltaba el amor de un hombre a tu lado, ni viajes, salidas, fiestas y amigos... Sé que tenías todo eso, y que sin embargo ese día renunciabas a todo para poder cuidarme, porque yo había dejado de valerme por mí misma.
Aún recuerdo cuando ingresaste en la Universidad para estudiar tu carrera. Todo fue un gran esfuerzo para poder acabarla. De dinero andábamos mal en casa, pero siempre tuviste el arrojo para estudiar y trabajar en lo que fuera hasta obtener tu licenciatura.
Tampoco olvido cuando años atrás ibas al instituto. Ahí te revelaste ya como una chica brillante, con un futuro prometedor. Siempre has sido atractiva, inteligente... no podías tener otro destino que el éxito. ¡Si es que ya desde muy pequeñita tenías esos ojitos vivarachos, esa locuacidad impropia cuando apenas eras un bebé!.
Por todo eso y por tantas y tantas cosas, quiero que sepas que siempre recordaré el día del accidente como el más feliz de mi vida.
—¿De qué accidente hablas, mamá? —preguntó Laura asombrada, pues no tenía noticias de ese suceso.
—El que tuve el día que me dirigía a una clínica para abortar, hace casi 36 años.
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