domingo, 9 de agosto de 2009

Desnudando a Rita - Javier López & Héctor Ranea


Como cada noche, Rita se transformaba en una diosa. En el club nocturno ella llenaba todo el escenario. Unos focos sobre el tablado, rojos, azules y violetas, iluminaban su piel, completamente uniforme de color. Tomaba el sol desnuda. Otro foco blanco la iluminaba frontalmente, creando un óvalo más claro a su alrededor para realzar la presencia de la preciosa mujer.
Decir que su cabello era rizado no daría una idea clara de los perfectos y simétricos bucles que enmarcaban su hermoso rostro. Una sonrisa amplia y sincera era lo más destacable de sus perfectas facciones. Sus senos macizos y de tamaño mediano deberían hacer reformular algunos enunciados de la física, para explicar su postura. Bajo los montículos, su cuerpo serpenteaba hasta estrecharse en una pequeñísima cintura, abarcable apenas con una mano, que daba paso a unas generosas caderas, en una inversión de curvas que provocaba el vértigo. En su vientre liso y ligeramente musculoso, el ombligo mostraba la única concesión al adorno que lucía en su cuerpo: una bolita de plata coronada por un pequeño brillante. Algo más abajo, mostraba entre sus muslos un delicado triángulo de una piel tan bronceada y lisa como la del resto de su cuerpo, enmarcado por una finísima línea de un vello corto y escrupulosamente cuidado. La rotundidad de sus muslos sólo tenía parangón con la de sus caderas.
Rita se movía oscilando, cimbreando su cuerpo en un ir y venir de olas suaves, a veces algo más agitadas, pero siempre delicadas. Al ritmo de la música iba a ir cubriendo su desnudez, lentamente, en un ritual que repetía cada noche durante el verano. Primero se ajustó un minúsculo tanga, haciéndolo subir a lo largo de sus piernas con una gracia inusitada. Tras colocárselo, dio la vuelta y se agachó ligeramente para tomar del suelo una segunda prenda, elevando el promontorio perfectamente esférico en el que culminaban sus muslos. Ahora podía apreciarse el por qué de esa exquisita amplitud de sus caderas. Cuando se giró de nuevo hacia el público lo hizo tapándose los senos con ambas manos, aunque ya tenía a medio ajustar un pequeño sostén, que abrochó con elegancia en su espalda.
La camisa se la colocó tras cogerla de un pequeño gancho que había en la pared del escenario. Mientras su cuerpo seguía el ritmo de la música, abrochaba cada uno de los botones con las manos y los dedos de un prestidigitador, con delicadeza, sin titubear en ningún momento, como si lo hubiera hecho muchas veces antes.
Desde un lateral del escenario le lanzaron una pequeña falda. Ella, sin dejar de bailar, la recogió al vuelo con la mano derecha, y con un movimiento similar al que haría un experto en el manejo de un látigo, la envolvió sobre sus caderas y fijó el cierre de velcro, quedando la faldita embutida en su cuerpo sin que apenas la hubiese tenido un instante en la mano.
Y llegó el número más esperado de la noche. Ahora Rita cogía un par de guantes de finísima piel blanca que habían estado situados en una pequeña tarima durante su número. La música tenía un cambio repentino, del ritmo house que había inundado su actuación, a un cálido soul cantado por una profunda voz negra. Con graciosos movimientos hacía encajar el guante primero en la punta de sus dedos, deslizándolo suavemente por su mano y haciéndolo correr por su brazo hasta poco más abajo del codo.
Un público masculino entregado aplaudía con fervor. La sala de fiestas de la comunidad nudista se convertía, como cada noche, en un templo a la pasión.
Los hombres, apenas terminado el número, se levantaban de sus asientos. Todos estaban desnudos. Algunos buscaban los lavabos del local para esconder su excitación. Los más, iban directamente a sus apartamentos dentro del club, esperando que sus parejas les ofrecieran la fantasía del increíble strip-tease inverso de la divina Rita.
Ella, profesional, imperturbable, impávida, tomaba el primer taxi que la llevara al próximo espectáculo. Esta vez debía actuar en el bar de Internet, frente a las cámaras que retransmitían a los parroquianos cómodamente sentados frente a sus monitores de alta definición, impacientes por ver cómo se vestía Rita. Ya se escuchaban los aullidos cuando por las pantallas circulaban las fotos de la anterior sesión. El primer trago iba a cuenta de la casa.

4 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

Excelente idea y preciosamente escrita...

Ogui dijo...

Todas virtudes de Javier, pero gracias igual!! Las tomo igualmente.

Javier López dijo...

Nada Ogui, sin tu inspiración y buen hacer, hay cosas que nunca serían posibles.

Javier López dijo...

Y agradecimientos a Nanim!