Con el cambio de hojas de la primavera perdí los ojos y me aparecieron branquias. Cuando llegó el verano, mis doce brazos mudaron en tentáculos. A principios del otoño aparecieron las primeras escamas, en reemplazo de las plumas. En el invierno mi trompa se transformó en una boca cavernosa y tétrica. A la siguiente primavera los cambios continuaron. Dejé la crisálida. Tuve frio por primera vez. Luego, me aparecieron pedipalpos, que trocaron en dientes filosísimos; y antenas, que después fueron aletas, y también membranas, y párpados verticales, y dentículos, y opérculos, babillas, cuernos, cercos terminales y quelíceros; mientras, las estaciones siguieron pasando.
El líquido que rezumo después de atravesar mis tres estómagos, y que regurgito para alimentarme, ni siquiera es sabroso.
Yo era un empleado administrativo, oscuro, pero sin problemas. Perdí mi trabajo, mi mujer, mi familia y mis amigos. Y ahora ¿qué soy?
Deseo morir. Con mi suerte, solo falta que no exista asteroide que se estrelle contra el planeta, y deba seguir así, mutando, estación tras estación, quién sabe hasta cuando.
4 comentarios:
Lo leo por segunda vez... y sigue gustándome. Bueno, Daniel.
Saludos lelos!!!
Una metamorfosis extraordinaria, muta la forma, la conciencia permanece. ¡Vaya prisión!
Gracias, amigos
Tal vez los seres oscuros requieran de tantas mutaciones...
Daniel, un micro desbordante de originalidad. Enhorabuena. Saludos cordiales.
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