En el nombre de Dios, El Clemente y Misericordioso.
La noche aún en tránsito hacia el día. No serían más de las tres, a lo mejor las cuatro. Tras tres días de dolor intenso y fiebres, otros tres de insomnio se abrían paso. La casa entera respiraba con el ritmo acompasado y profundo del sueño de los inocentes que flotaba sobre el bajo continuo del compresor de la nevera. Algo más allá, la secadora pedía con tres vueltas de tambor y un leve pitido que alguien la apagara.
Salvo por el resplandor del televisor ante el que infructuosamente buscaba conciliar el sueño, la casa estaba a oscuras. En alguna calleja del barrio, el camión de la basura aceleró y frenó a los pocos metros, temblando como si pudiera desmontarse por completo en cualquier momento.
Abu-Bakr Mohammad Ibn Al-Tabib lanzó la bocanada de humo hacia el televisor y aplastó la colilla en el cenicero. Suspiró profundamente. Lejos, en algún punto cercano al horizonte, sonó indolentemente un trueno.
—Los ángeles corren los muebles para fregar las nubes —recordó que contaba de niño a sus hermanos—. Será San Pedro, a quien la mala conciencia tampoco deja dormir... —Sonrió. Cerró los ojos y recibió como una bendición un cuarto de hora o algo así de un dormir ligero e intranquilo de sueños fragmentados y recurrentes, uno dentro del otro.
Ibn Al Tabib abrió sobresaltado los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. Sólo había sido un sueño: Su hijo menor lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Ibn Al Tabib abrió esta vez sobresaltado los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. Sólo había sido un sueño: Su hijo menor lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Presa del pánico, Ibn Al Tabib abrió una vez más los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. La casa estaba en silencio y todo había sido únicamente un sueño:
Oyó a su su hijo menor que lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Ahogando en llanto e in extremis un grito, abrió los ojos que se le llenaron con un lanzazo en el pecho de luz blanca.
Levantó un puño cerrado en actitud defensiva y mientras intentaba incorporarse, con la otra manoteó, queriendo asir el aire.
Sintió un cuerpo desnudo, menudo pero fuerte frente a él y una voz angelical que susurrando le decía: —Papá, pipí... Baño.
Sus pupilas se acostumbraron enseguida a la luz de la lámpara que el niño había encendido. Aliviado, aunque profundamente avergonzado, bajó el puño. Se incorporó rápidamente, apagó la luz y tomando al niño en brazos lo llevó al cuarto de baño.
Ahí, sentado en la taza, el niño señaló hacia la negra noche ahí fuera. —Noche, papá. ¿No está el día? —Ibn Al-Tabib sintió entonces, tan real y centelleante como en el sueño fractal anterior la punzada de dolor y el plop fulgurante, como si hubieran descorchado una botella en el interior de su cabeza, mientras la vista se le llenaba de una potente luz de tono lechoso que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Tomado de: http://paulus-de-best.blogspot.com/
1 comentario:
Bueno el relato. ¿Que complejo es el mundo verdad?
Un saludo
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