El cañoncito había perdido la guerra. La última moneda recorrió tintineando su camino hacia el olvido en las profundidades de la máquina y los invasores del espacio continuaron aterrizando, sin oposición.
El cañoncito no creía que fuera justo: se le debería dar la oportunidad para luchar contra las criaturas pixeladas sobre terreno, aun si había perdido el juego cuando el primero de ellos realizó el aterrizaje con éxito. Sabía que no tenía una oportunidad, pero le hubiera gustado morir protegiendo su bidimensional planeta natal.
― ¡Hey! ¡Volvé! ― le gritó al jugador. ― INSERT COIN imbécil. ¡Cagón! "
Pero el jugador tenía doce años y no le gustaba perder. Además, el cañoncito dudaba que el jugador pudiera oírlo.
La pantalla cambió y fue sustituida por la de INSERT COIN. Solo en la oscuridad, el cañoncito podía oír la música del juego de simulacro diseñado para atraer a un nuevo jugador. Parecía muy lejana, como si viniera de otro planeta, incluso de otra máquina. Se escabulló en una esquina y preparó su arma. Todavía tenía un par de disparos. Los aliens verdes desembarcaron y convergieron. Agitaban sus cabezas verdes con cuernos y se escabullían como arañas gigantes. El cañoncito podía ver los dientes dentro de aquellas bocas planas, los dientes que el jugador nunca vio.
Apuntó. Al menos, iba a caer luchando.
2 comentarios:
interesante,
entre por casualidad y seguro que vuelvo.
original y certero relato
me ha encantado
saludos
Publicar un comentario