jueves, 14 de mayo de 2009

Mauricio Almadébil, el amo de la bailanta - Max Goldenberg


Cuando el cantor de tangos Mauricio Almadebil se decidió por la bailanta, se generó un clima espeso. Él había sido el abanderado de esa queja en forma de lamento interminable, de ese devenir de vicisitudes e infortunios que los amantes del tango tanto habían adorado. “Yo canto porque me gusta, yo nací para cantar” fueron las escuetas declaraciones de Almadebil cuando debutó en el festival de música bailantera de González Catán, Provincia de Buenos Aires, en Argentina. Allí presentó su primer disco bailantero que tituló “A esa perra le gusta mover la cola”. El éxito fue inmediato. Almadebil tenía el talento que pocos tienen, el don de la palabra fácil, esa palabra que se comprende con el simple ejercicio de leer. El tema “Esa cachorra me hace miau miau” fue bailado y festejado por todos los fanáticos de ese género que recibieron a Almadebil no solo como uno más sino como el nuevo referente de ese movimiento musical. “Esa cachorra me menea / esa cachorra me hace miau / esa cachorra me pelea / la corro, la atrapo y hago guau” llegó a ser el ringtone mas bajado del año, el estribillo mas cantado en las canchas de fútbol de Argentina y de Israel. Cuando los amantes del tango le pidieron explicaciones, el autor de “Canta la percanta” los enfrentó a la realidad de los hechos: “Mis amigos: el tango me dio todo. Me dio fama, me dio dinero, minas, tragos, noches con amigos. Pero también me dio amarguras y desencuentros. Como me pasó con Martita Pietralonga, el gran amor de mi vida. Cuando compuse “Vos me hiciste bolsa pero igual te quiero, cabaretera” intenté reflejar todo lo que sentía por ella pero utilizando metáforas, rimas y artilugios que son comunes pero que evidentemente ella no comprendió. Me dejó con un “te quiero pero me hacés mal” en la boca. Nunca pude superar ese desencanto. Nunca jamás una mina me caló tan hondo como ella. Jamás pude recuperarme de aquel corazón roto que quedó en mi mano, palpitando por última vez el calor de su amor. ¿Se entiende mas o menos lo que quiero significarles, queridos amigos? Ella nunca me perdonó haber intentado reflejar nuestro afér en un tango. “Ella estuvo a mi lado / ella leyó mi amor / Ella contó mi dinero / ella se lo llevó” lo escribí intentando reflejar su candor sin igual. La mina cuenta mi dinero porque intenta realizar una operación bursátil para obtener ganancias y luego así regresar al hogar llena de tarasca para compartir con su amante. Pero no sé qué entendió. Es que cuando las minas le buscan el pelo al huevo, créanme, lo encuentran. “Mi vida es un martirio / mi vida es un horror / yo te pido, querida / tomate el buque hacé el favor”… ¿qué tiene de malo? ¿dónde hay una agresión en ese fragmento de mi tango? El tipo no quiere que la mina sufra junto a él y le ofrece un pasaje a Punta del Este en ferry para que se relaje y descanse. De esa forma no comparte con su hombre ese pesar que lo aqueja. Pero no. Ella se enojó conmigo porque creyó encontrar en mi letra una afrenta que no se puede perdonar”. “Es por eso samigos, que dejé el tango. No es para mí. Con la bailanta me puedo expresar libremente. Es un género donde el doble sentido, la metáfora, las imágenes sugerentes, la pasión disfrazada, no existen. Las letras obligan a lo llano, porque tienen que ser simples, sin sutilezas. Una flor es una flor. Una caricia, un milagro. Porque la gente que escucha esa música no es como ustedes o yo. No son refinados amantes de la literatura cantada. Son casi analfabetos que bailan apenas escuchan los primeros compases de cualquier canción. Por eso mismo las letras tienen que ser sencillas, directas, que peguen donde tienen que pegar: en ningún lado”. Decidido a romper con el molde y las diferencias, instó a los tangueros de ley a que se unieran a los bailanteros. En ese devenir de emociones cruzadas, compuso su gran canción “La negrada se las ve negras con la negra” donde mezcló sabores para el pueblo y para su gente. “La negrada está de fiesta / todos ya quieren bailar / nadie nadie ya trabaja / pa que si podemo afanar” hizo que el mundo cumbianchero le diera la espalda. Nadie le perdonó que, desde su lugar, hiciera esa crítica feroz contra un mundo que no le pertenecía. “Ellos critican sin saber” se defendió Almadebil en la última conferencia de prensa que brindó a los medios especializados. Se paró frente a los periodistas y dijo lo último que se escuchó de Mauricio Almadebil: “La verdad de la milanesa es que el pan rayado no es pan ni está rayado, el que no quiera verlo es porque es mas ciego que el que no quiere ver”. Se fue de esa sala atestada de gente que, en silencio, intentaba en vano interpretar lo que ese hombre había querido decir. Días después se publicó el último tema de Mauricio Almadebil titulado “Adiós a Dios” cuya estrofa mas elocuente dice: Me voy, loca linda
me voy y te dejo sin silencios
me voy tocando timbres y soles
me voy y te dejo los inciensos
No me llores al verme partir
no me llores porque no regreso
te dejo mi papel celofán
te dejo mi sangüich de queso
Nunca más se lo vio al cantor de tangos, al grande entre los grandes, al compositor del pueblo y también de los poderosos. Solamente él pudo lograr lo que pocos: unir voluntades y sensaciones. Porque todos, ricos y pobres, coincidieron por primera y quizás última vez en algo: ninguno lo extrañó.

Extraído de: max.com.ar

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