viernes, 22 de mayo de 2009

Libre de mácula - Oriana Pickmann


El día en que Dios decidió acabar con la Creación, a mí se me ocurrió limpiar mi casa.
Alistó sus manos, sus rayos, poderes, adminículos, manipulaciones entre los hombres, bombas nucleares y atómicas, botones escondidos entre las montañas, cadenas de explosivos imposibles, huracanes y terremotos. Preparé el agua jabonosa, mopas, trapos de fregar, aceites para madera, plumeros, mangueras, aspiradoras de todo tamaño potencia y aplicación, diferentes tipos de sprays para eliminar todo tipo de manchas, polvo y suciedad.
En algún lugar del mundo erupcionaban cadenas eternas de volcanes, yo empecé a limpiar el polvo en las repisas. Miles de niños que no conocía, madres, abuelas, mujeres embarazadas, todos muertos, calcinados, reventados. Yo cantaba contenta mientras pulía los cubiertos de plata. Al este de todo, un desaforado barbudo activa los mandos que acaban con millones de personas, volviéndolas una masa roja y negra, con la confusión entre lo muerto y lo casi muerto, animales, plantas, personas. En la sala de mi casa, yo usaba la aspiradora llena de gusto, no había ni una partícula de polvo, ni una mancha.
Entonces decidió Dios derretir de una buena vez los polos. Países enteros desaparecían bajo las aguas, no quedaba nada, todo era literalmente borrado. Llena de contento, yo limpiaba las ventanas, los marcos, los vidrios, mientras me divertía con la luz del sol que entraba en mi casa reluciente. No cabía en mí.
Ya casi no le quedaba mucho que hacer, un huracán aquí, otro por allá. Arrastraba las aguas de los mares y los ríos a rincones desiertos, cubriéndolo todo, deshaciendo, eliminando. Dios estaba arrepentido de lo que había creado. Pensé que tendría que apurarme en lavar la fachada de mi casa, pronto tendría que hacer el almuerzo y poner masa para pan. Alisté la manguera y puse el aparato con jabón, para obtener la solución perfecta y así dejar mi casa impecable.
“Un toque más”, pensó Dios. Lo mismo pensé yo. Al momento que crucé el umbral, lista para poner el sofá, la mesa y las sillas en su sitio, empezó un temblor leve. Tropecé con no sé qué, me golpée la cabeza al caer. Sangraba. Dios terminaba con toda su producción, yo moría pensando en cómo haría para sacar las manchas de sangre de mi alfombra...

Tomado de: http://www.nuncaessiempre.blogspot.com/

3 comentarios:

Salemo dijo...

Hermoso cuento machista con el cual coincido. Una mujer limpiando no hace caso a lo que ocurre alrededor suyo: todas sus neuronas al sevicio de de una de las tareas para lo que el Señor las ha creado.
Era hora de que alguien lo dijera y Oriana se animó. Una valiente, sin dudas.

Oriana P. S. dijo...

Es ficción, mi querido Salemo, sólo ficción...

Florieclipse dijo...

No hagas caso, Oriana. A Dorelo le gusta poner a prueba nuestra tolerancia.
El cuento es buenísimo, me reencantó. No sé cómo fue que no lo leí antes.
Simplemente, genial.