Alcornoque, me decía. O quizás quería decir “al corno que” y se quedaba a la mitad de la oración. O tal vez creía que mi nombre era Al Cornoque. No lo sé. También me decía badulaque, majadero, atolondrado, mentecato, memo, ignorante, zafio, mameluco, botarate, adoquín, mostrenco, papamoscas, mogólico, pelotudo y tarugo. Imbécil no, imbécil era mi ermano. Sí, sin hache. Por eso era imbécil. Si no, hubiera sido himbécil.
La verdad es que me trataba mal. Me gustaría decir que me trataba como a un perro, pero ella a los perros los trataba bien. Bah, a su perro lo trataba bien, demasiado bien. Lo lavaba, lo peinaba, lo masturbaba y, ocasionalmente, hasta lo felaba. Era digna de ver la expresión del afortunado gran danés al sentir las caricias linguales en su glande. Creo que el perro estaba enamorado de ella. Ella no estaba enamorada del perro, de eso estoy seguro. A ella lo único que le interesaba era chupar pijas. Incluso me la chupaba a mí, aunque mucho no le gustaba porque decía que mi leche salía a borbotones y la hacía atragantarse. También me dejaba que se la metiera por el culo y una vez hasta me dejó que se la metiera por la concha. Creo que la embaracé, pero no estoy muy seguro.
A sus hijos los trataba con dulzura. Los dejaba morir de hambre a veces, especialmente cuando tenía demasiados, pero a los que quedaban vivos los trataba con dulzura. Nunca les pegó ni los hizo trabajar. Para eso estaba yo. Yo era el que trabajaba y el que recibía las bofetadas, y los insultos, y las patadas, y los escupitajos, y los latigazos, y los rebencazos, y los chorros de aceite hirviendo. Sus hijos no. Ser hijo de ella era fantástico, creo yo.
Un alcor es un cerro, un collado o una colina. Quizás no me decía alcornoque, quizás decía “alcor Noque” y yo lo interpretaba mal. Pero también me decía ganso, bestia, burro, cabeza de chorlito, cerebro de mosquito, sorete mental, bujarrón, sodomita, puto del orto, soplapitos, tarado de mierda, cretino, bobalicón, inepto, obtuso y sucia rata de albañal. Pero imbécil no me decía. Imbécil era mi ermano. No siempre fue imbécil mi ermano. De chiquito era un genio, resolvía integrales triples como quien se ata los zapatos y a los diez años creó un poroto transgénico con un valor nutritivo cien veces mayor al del poroto común. Pero a los doce se cayó de la escalera y se volvió imbécil. Creo que fui yo quien lo tiró de la escalera, aunque bien podría haber sido cualquiera de mis otros hermanos. Es que éramos tantos que a veces me confundo. Con decirles que una vez uno de mis hermanos se suicidó y estuve siete meses convencido que había sido yo quien había muerto. Bah, también influyeron en mi confusión los gusanos que comían de mi carne. Yo no sabía que hay gusanos que se alimentan de cuerpos vivos, de haberlo sabido no hubiera creído que estaba muerto. Algo yo sospechaba, para ser honestos, pero como ella, además de alcornoque, me decía “zombi”, yo interpreté lo que era una metáfora como una declaración fáctica y supuse que era un zombi. También creí que yo era un cuerpo en pena, que vendría a ser lo mismo que un zombi pero sin patrón y con un sentimiento de culpa. La cuestión es que no me morí sino que tenía parásitos, así que me di un buen baño de kerosén, me tiré un fósforo y dejé que la naturaleza siguiera su curso.
Una vez vino por casa un político, en una travesía de esas que emprenden los políticos para ejercer la demagogia. Nos soltó un discurso rimbombante y nos llenó de esperanza. Bah, eso es lo que creyó él. ¡Qué esperanza podía tener yo con lo mal que me trataba ella! “Rimbombante”. Linda palabra, ahora que lo pienso. Percusiva. ¡Rim! ¡Bom! ¡Ban! ¡Te! Creo que se podría hacer un buen ritmo con ella. Lástima que no me dejaba tener una batería, sino trataba de tocarlo. ¡Rim! ¡Bom! ¡Ban! ¡Te! ¡Rim! ¡Bom! ¡Ban! ¡Te! ¡Rim! ¡Rim! ¡Bom! ¡Ban! ¡Te! ¡Ban! ¡Te! ¡Ban! ¡Bom! ¡Bom! ¡Rim! ¡Bom! ¡Ban! ¡Te! ¡Bom! Y arriba de eso una viola con el riff demagogiadema¬gogia¬demagogia deeem deeeema deeeeemaaagogogogogiaaaa. Y el bajo repite mentecato mentecato mentecato. Sí, y no le quedaría mal una percusión latina con al cor no que alcor no que al corno que al cor no no nono que. Creo que el ser humano aprendió a cantar antes que a hablar, por eso las palabras son tan musicales. Pero ella no me dejaba cantar. Ella era muy mala, a decir verdad.
Creo que por eso la maté. Bah, creo que la maté. No me acuerdo. Pudo haber sido cualquiera de sus hijos o el imbécil de mi ermano quien le cortó la cabeza, pero probablemente fui yo. Al menos yo soy el único de la casa que sabe usar un hacha, así que debo de haber sido yo quien la decapitó. No sé. Lo que sí sé que entre el gran danés y los chanchos se liquidaron el cuerpo. Tal vez alguna porción hayamos comido nosotros. Sí, ahora que lo pienso, hicimos un asadito después de que la maté y no recuerdo haber faenado ningún chivito y, mucho menos, un lechón o un ternero, así que seguramente nos la comimos. No toda, claro, no somos tan bestias como para comerle la cara o los ojos, y los huesos no son muy comestibles que digamos. Bah, también tuvimos una seguidilla de caldos después de su muerte y yo recuerdo que no compramos jabón por meses, así que tampoco es que tiramos sus huesos a la basura. Pero, bueno, los desperdicios sí se los comieron los chanchos y nada de ella quedó sin aprovechar, creo.
La extraño.
5 comentarios:
Ya lo dije en su momento y lo repito acá. Excelente! Pesen el alma, señoras y señores, pesen y vean!
Genial. Un saludo.
El cuento es un asco, pero está bien contado. :-) Me encantó (aunque algunas partes me repugnaron, también, je).
Francisco: es que parece que a Saurio se le da muy bien explorar el lado grotesco del ser humano. Y mira que no es fácil. Lo bueno es eso, que la forma es impecable.
Mi único temor es que los degenerados, los procaces, los chanchos, los pervertidos y los gasistas empiecen a escribir cuentos con Saurio como protagonista...
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