miércoles, 6 de mayo de 2009

La gallina vieja - Alejandro Ramírez Giraldo


Era la gallina más vieja y nadie la quería en el gallinero. El granjero decía que ya no servía porque no ponía huevos y estaba demasiado vieja y dura como para servirla en un plato de comida; pero la dejaba estar porque a veces le era útil para empollar otros huevos, mas no le daba su porción de semillas y la obligaba a esperar a que las demás comieran para ir a rebuscar algún sobrado. Las gallinas no le hablaban y la dejaban aislada en un rincón del gallinero; cuando necesitaban que les ayudara con algún huevo, le hacían saber que debía sentirse agradecida. De este modo, la gallina debía permanecer la mayor parte del tiempo recostada en su cama de paja o salir a caminar por el gallinero cuando las demás estuvieran acostadas.
Pero la gallina vieja no se resignaba a morir así. En otra época había participado activamente en el gallinero, había sido bastante prolífica en la producción de huevos, había organizado brigadas de protección contra los zorros y establecido métodos para ocultar la mitad de los huevos al granjero. Ahora deseaba con vehemencia recuperar el liderazgo en el gallinero, pero para ello debía planear una estrategia inteligente.
Una mañana se levantó temprano y recorrió el gallinero diciendo en voz alta que había percibido claros indicios que anunciaban desgracias. En tono dramático les anunció, ante el fastidio e indolencia de las demás, que pronto caería una peste en el gallinero que acabaría con la vida de más de la mitad de los polluelos; poco tiempo después, siguió, el granjero vendrá por una gran cantidad de nosotras para entregarnos asadas en un festín familiar y, esa misma noche, los zorros aprovecharán el descuido del granjero para acabar con nosotras y sólo sobreviviré yo... y las que estén de mi lado.
Nadie le prestó atención, por supuesto. Simplemente la dejaron hablar. No obstante, la gallina vieja no se sintió desilusionada pues estaba convencida de que había hecho lo correcto y que en cualquier momento volverían a requerir su liderazgo.
Poco tiempo después una enfermedad mató 23 polluelos en una sola noche. El gallinero se convirtió en un caos total y el granjero retiró los cadáveres y fue a toda prisa por el veterinario. Éste determinó que se debió a un brote de encefalomielitis aviar y ordenó un riguroso aseo además de vacunar los animales sobrevivientes.
Después de esto la gallina recuperó el respeto de otrora. La volvieron a mirar con condescendencia y consultaban con ella cualquier opinión, lo que aprovechaba para coordinar y mandar a su antojo. En todas las gallinas se percibía la angustia por lo que restaba de las predicciones: el festín del granjero y los zorros. Pero la gallina las tranquilizaba diciéndoles que era imposible saber con exactitud cuándo ocurriría, así que lo mejor era no perder la calma.
Cierto día, la gallina caminaba plácidamente por el patio del gallinero cuando percibió un extraño trajín en la casa del granjero. Sacaban muebles, entraban sillas, adornaban paredes... Se angustió al pensar que podría hacerse realidad su profecía. Pero prefirió guardar silencio para no atemorizar más a las gallinas, entre otras cosas porque nada podían hacer contra los deseos del granjero. Quiso decirle a unas cuantas para que se escondieran a tiempo, pero sabía que era injusto con las demás. Por lo tanto permaneció impasible cuando el granjero, la esposa y una ayudante de cocina vinieron y se llevaron, entre agudos gritos de dolor, 15 de las mejores gallinas.
Ahora nadie dudaba del poder de la gallina. Recordaban las dos profecías anteriores y pensaban en la tercera: vendrán los zorros y sólo sobrevivirán los que están de mi lado. Inmediatamente todo el gallinero se puso a su disposición para organizar una forma de defensa contra los zorros. Mas la gallina vieja respondía con evasivas porque no se le ocurría cómo podían evitar el feroz ataque de los zorros. Según la profecía todo el gallinero debía sobrevivir porque estaban sumisamente dispuestos a cualquier requerimiento que pronunciara la gallina.
A medida que anochecía se incrementaba la zozobra de la gallina. No sabía cómo tranquilizar el gallinero pues cualquier parte de tranquilidad era naturalmente falso. Recorría incesantemente el gallinero agarrándose las alas en pose de profunda meditación. Se sentía desolada.
Cuando ya el granjero disfrutaba de un desaforado festín, la gallina vieja se ofreció a iniciar la vigilancia para conjurar un ataque. Se montó encima de un palo desde donde podía ver mucho mejor el prado y empezó a escrutar atentamente el horizonte. El primer síntoma de la tragedia fue un aullido lejano... que se fue acercando progresivamente. Para ese momento ya estaba convencida de que la tercera profecía se haría realidad. Lentamente los zorros empezaron a rodear el gallinero y ella soportaba el asedio sin pronunciar un solo grito de advertencia. Cuando los zorros estuvieron lo suficientemente cerca para el asalto, la gallina vieja se tiró del palo y se paró al frente de la puerta. Había decidido ser la primera en ofrecerse al sacrificio porque temía que se cumpliera su propia profecía y sólo sobreviviera ella a la masacre.


Sobre el autor: Alejandro Ramírez Giraldo

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