Miró al cielo. Era un atardecer rojo anaranjado con unos toques de añil. La temperatura era ideal. Sentado en la playa, cogió algo de arena y la dejo escapar de sus manos. Notó la brisa en su cara y cerró los ojos, inspirando profundamente, deleitándose con el momento.
Recordó su otra vida. Parecía que fue hace una eternidad, pero había sido ayer. Ayer, justamente ayer. Un ayer en el que Hatyk esperaba en los aledaños del puerto estelar la llegada de los viajeros. Su planeta inhóspito y olvidado se había puesto de moda en las rutas espaciales. Uno de los motivos era tener uno de los cañones de diamantes más grandes del sistema estelar. El otro era el turismo sexual. Los indígenas eran hermosas criaturas que tenían que prostituirse para poder comer. Hatyk lo sabía muy bien y le dolía no haber nacido en otro sitio. Su única evasión eran unas novelas que encendían sus esperanzas y le permitían sobrevivir el día a día.
Ayer buscaba a un cliente que no fuera muy exigente y se encontró con un grupo de asaltaextraterrenos. Estaban cebándose con un anciano recién llegado en el último vuelo. Hatyk, rehuyendo oír la voz de la razón, salió en su defensa y consiguió ahuyentarles. Ayudó a levantarse al mayor que con una sonrisa le dijo:
—Es el principio. —Entonces un aluvión multicolor le envolvió. Se sintió volar. Las luces caleidoscópicas le acunaban en su viaje y una voz dulce le hablaba.
—Podías haber mirado a otro lado, pero elegiste actuar. Podían haberte matado, pero elegiste hacerles frente. Sin tener nada has hecho todo esto ¿Qué no podrías hacer si tuvieras las herramientas adecuadas? ¿Qué no podrías imaginar? ¿A cuántos como tú podrías inspirar?
Hatyk volvió de sus recuerdos y se fijó en el mar. Pensó en enormes delfines como los que salían en los hololibros y al momento aparecieron saltando. Miró alrededor y se le ocurrió que sería bonito tener una selva, y ésta se formó.
Se levantó y anduvo por la playa. Pensó en una sorpresa para aquellos que vinieran a este lugar precioso, algo inspirador. De pronto se le ocurrió qué sería. Crearía una biblioteca, la mayor de todas, y así, a los que llegasen no les ofrecería un mundo nuevo, sino un universo.
Recordó su otra vida. Parecía que fue hace una eternidad, pero había sido ayer. Ayer, justamente ayer. Un ayer en el que Hatyk esperaba en los aledaños del puerto estelar la llegada de los viajeros. Su planeta inhóspito y olvidado se había puesto de moda en las rutas espaciales. Uno de los motivos era tener uno de los cañones de diamantes más grandes del sistema estelar. El otro era el turismo sexual. Los indígenas eran hermosas criaturas que tenían que prostituirse para poder comer. Hatyk lo sabía muy bien y le dolía no haber nacido en otro sitio. Su única evasión eran unas novelas que encendían sus esperanzas y le permitían sobrevivir el día a día.
Ayer buscaba a un cliente que no fuera muy exigente y se encontró con un grupo de asaltaextraterrenos. Estaban cebándose con un anciano recién llegado en el último vuelo. Hatyk, rehuyendo oír la voz de la razón, salió en su defensa y consiguió ahuyentarles. Ayudó a levantarse al mayor que con una sonrisa le dijo:
—Es el principio. —Entonces un aluvión multicolor le envolvió. Se sintió volar. Las luces caleidoscópicas le acunaban en su viaje y una voz dulce le hablaba.
—Podías haber mirado a otro lado, pero elegiste actuar. Podían haberte matado, pero elegiste hacerles frente. Sin tener nada has hecho todo esto ¿Qué no podrías hacer si tuvieras las herramientas adecuadas? ¿Qué no podrías imaginar? ¿A cuántos como tú podrías inspirar?
Hatyk volvió de sus recuerdos y se fijó en el mar. Pensó en enormes delfines como los que salían en los hololibros y al momento aparecieron saltando. Miró alrededor y se le ocurrió que sería bonito tener una selva, y ésta se formó.
Se levantó y anduvo por la playa. Pensó en una sorpresa para aquellos que vinieran a este lugar precioso, algo inspirador. De pronto se le ocurrió qué sería. Crearía una biblioteca, la mayor de todas, y así, a los que llegasen no les ofrecería un mundo nuevo, sino un universo.
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