domingo, 24 de mayo de 2009

Enfermo - Héctor Ranea



ESPECIAL PESTES, EPIDEMIAS Y OTRAS PODREDUMBRES

Estoy enfermo. Esto no es un simulacro, no es una ficción, no es un juego virtual. Esa peste que me ha tomado comenzó por desaparecerme el tacto. Por primero lo he perdido en los dos dedos últimos de la mano izquierda, que es (debiera decir era) mi mano buena. Poco después sentí la zona inguinal insensible. No era profundo, apenas epitelial. La rodilla hacía meses que la había olvidado y ahí está, reclamando atención, como antes. El problema, leo, está en el cuello. Ahí reside lo que uno es. Y lo que no. Porque en lo que uno no es, el cuello siempre manifiesta una dolencia. Así, cuando debo cruzar las calles contra los automóviles me violento en demasía y el cuello me maltrata para demostrarme que no soy así, que no soy violento y que soy viejo.
Estoy enfermo. La primera manifestación fue el dedo mayor de mi mano buena que se torcía y quedaba en posición quasimodo, asemejando una montaña digital, dolorosa y diminuta. Inservible el dedo, inservible la ingle, inservible el cuello. Sobre todo el cuello.
En la cabeza, cuando rememoro los momentos de la infancia, todo funciona perfecto. Los cangrejos en la laguna marítima, nadar con un lobo marino en la caleta, pisar los cantos rodados en un río del Sur, volar con el globo regalado a pesar de su pequeñez. Esas cosas que ponen la niñez tan al alcance de la mano pero la mano que ya no puede salir del cuerpo para asirla y el recuerdo se esfuma, como el amor, en una niebla de resignación.
No puedo luchar porque tengo enfrente el arma más poderosa, el tiempo, que fenece mientras me hace desaparecer por partes, lentamente: un nudillo a la vez, una vértebra por día, un trozo de piel como jornada. Me duelen alternadamente los pies, la cadera, los fémures, la tibia quebrada hace años.
Pero ayer comenzaron los ojos. Las manchas que me persiguen desde hace años se propusieron juzgarme día por día, escribiéndome en el fondo de la retina palabras de condena por lo vivido. Los ojos se confabulan contra el que los usó tanto tiempo, marcando con manchas pecados, culpas olvidadas, sueños de otros destruidos.
Todo reside en el cuello, leo en los libros. Es domingo al caer la tarde, cuando la muerte parece inevitable, como un teorema de Geometría. He decidido quebrar mi cuello. La soga está lista.

3 comentarios:

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Aterrador. Casi tengo ganas de agarrarme la benévola, mansa, casi tierna gripe porcina...

María del Pilar dijo...

Terrible, realista,muy bueno; de sólo pensarlo me pone los pelos de punta. Felicitaciones,Héctor.

Ogui dijo...

El cuerpo es un carcelero como la peste. Gracias, gente!