domingo, 10 de mayo de 2009

El cargador de baterías - Héctor Ranea


Dedicado a Sergio Gaut vel Hartman

El oficio de cargador de baterías no era simple. Había que saber, y mucho. En efecto, de nada servía mover las piernas como un pelele si se trataba de cargar baterías de cuadrúpedos o de naves del medio líquido. Para eso estaban los engranajes movidos por Bisontes de Flatuponia, que tenían el ritmo justo, la respiración ácida necesaria, que había que saber emplear, ya que no se dejaban tironear de los testículos de cualquier modo. Y ahí se demostraba la sapiencia del cargador de baterías. Sólo por citar un ejemplo, les recuerdo el caso de Nixto, el Cargador de Baterías de la aldea de Aij. El hombre, más allá de toda duda, un maestro, debió recurrir casi a la magia para poder cargar las baterías de un celular del ejecutivo mayor de la Banca de la Tierra, un tal Ramírez, que vino a dar un vistazo entre turístico y comercial al planeta y terminó encastrado en una acequia con su celular maltrecho.
Nixto, más allá de toda duda razonable, un sabio viejo, había oído hablar de estos elementos mixtos entre herramientas de tortura y de comunicación. Es más, cuando el ejecutivo le describía el cargador destruido más allá de toda posibilidad de arreglo, él se lo recordaba de las revistas. Pero había que cargarlo con la tecnología que disponía Nixto, independientemente de los nervios de Ramírez.
Nixto probó primero con una carrera de lurcos voladores. Éstos permitían al celular volar, lo que lo hacía susceptible de cargarse por energía solar y diferencia de campo eléctrico entre la estratósfera de Aij y la superficie. El resultado fue escaso. Nulo, según Ramírez, que de eso entendía. Al menos sabía cuando no funcionaba el aparato.
Intentó sin éxito ponerlo en las fauces del cochinillo verde de Uxes, que tan bien funcionaba para los telescopios espaciales de la agencia espacial de Aij y de Flatuponia, pero nada. El cargador de baterías no acertaba a conocer el arcano de esos instrumentos.
Como el ejecutivo se estaba comportando en modo bastante pesado, Nixto lo mandó al bar contiguo a su oficina, para poder estudiar el problema en toda su complejidad sin que el tipo le resoplara a sus espaldas aladas. Mientras, sabía que Ramírez se emborracharía con el famoso panqueque de fax que hacían ahí y lo dejaría unas horas tranquilo.
Luego de varias horas de pruebas y errores controlados, llegó a la conclusión necesaria de que la carga debía realizarse con una rueda rotatoria a gran velocidad, controlando la corriente mediante un detector de alas de vampiro de Bani. A más corriente, las alas de los vampiros muertos saltaban buscando sangre con más énfasis. Eso era lo mismo que se usaba para adminículos sustitutivos de los órganos sexuales para las hembras de Cuelli y los machos de Van.
La carga, como era de esperarse, fue realizada con éxito. Un celular intacto esperaba a Ramírez.
Al día siguiente, éste, repuesto de una borrachera inolvidable, recordó su celular y fue a ver al cargador de baterías. Pagó contento y se fue. Ramírez no se dio cuenta al principio, pero la primera llamada a Tierra, si bien exitosa, despertó a una hembra de Cuelli en sus cercanías. Se sabe que ellas son bellísimas y muy similares a las mujeres del planeta de Tierra, pero ligeramente más audaces. El problema surgió cuando Ramírez llamó por segunda vez en conferencia a su plana mayor. Ahí se despertaron también los machos de Van, muy similares a los machos del puerto de Brest, en la Tierra. Y todos se encontraron, cara a cara, con el ejecutivo en un pequeño valle a orillas de un río lento.
Esto no es necesario que lo narre, pero la disputa por la cosa que él tenía en la mano fue casi tan dura como por sus partes (de Ramírez) más allá de que ni las Cuelli ni los Van eran comedores de carne. Todo por la obstinación del terráqueo.
En efecto, según contaron a las autoridades los sobrevivientes de la escaramuza, Ramírez se aferró tanto al celular que los atraía tan fuerte, que para sacárselo lo desmontaron. Sólo después de esa operación se dieron cuenta de que ese líquido rojo no era aceite y que Ramírez no era un androide. Pocas veces los humanos de la Tierra venían en persona y ellos estaban convencidos de que lo era, tanto quería su aparatito.
Fueron perdonados, pero la policía aún sigue buscando quién pudo ser tan imbécil de cargar la batería con esas frecuencias tan similares a las del sexo de estos seres primitivos. Obviamente, Nixto, antes de dar el celular había borrado sus rastros del mismo. Su fama permanece intacta y a fe mía ésta es la única ocasión que se le conoce en que cometió algún error grave. Todo esto dicho entre nosotros, se entiende, no quiero que me encuentre la yuta, ¿vio?
Obviamente, Ramírez se quedó sin hacer el negocio.

2 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

Insisto que sólo a Ud. se le pueden ocurrir historias como éstas. Es una extraña simbiosis científica, filosófica y fantasiosa. Y me gusta.

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Agradecido por la dedicatoria, por contarte como amigo y por tu positivo aporte en el trabajo internos de los blogs. ¿Hace falta agregar que me gusta cómo escribís? En cuanto tenga unos minutos prometo reanudar nuestra serie escrita en colaboración.