Era casi de madrugada y llovía torrencialmente. Sola en el auto, Ana María volvía de exponer sus cuadros, pintados al óleo, en una galería prestigiosa de la ciudad. Estaba cansada pero muy contenta porque, una vez más, sus pinturas habían gustado y las críticas habían sido excelentes.
Conducía despacio por la avenida bordeada de eucaliptos y pinos; la calle estaba vacía y el viento arrastraba papeles, lluvia y hojas impidiéndole ver claramente. Los relámpagos cruzaban el cielo con un ruido ensordecedor. No estaba lejos de su casa cuando un rayo surgió al costado del camino derribando un árbol que cayó al instante sobre su auto, destrozándolo, y produciéndole a ella terribles heridas.
Cuando la rescataron, la llevaron de urgencia al hospital y la sometieron a varias operaciones. Sobrevivió, pero quedó en coma.
Acompañada solamente por los pequeños sonidos de los aparatos que ayudaban a mantenerla con vida, Ana María soñó, la primera noche, que estaba en una casa que era un cubo perfecto de vidrio, con el piso de tierra cubierto de helechos y ubicada en medio de un bosque.
La segunda noche soñó que estaba en una casa muy vieja cuyo centro era un patio rojo que tenía un aljibe y estaba rodeado de jazmines. La casa no tenía techo.
La tercera noche soñó que se estaba meciendo en una casa sobre una balsa, con una gran terraza sobre un lago. Enormes velas azules la llevaban de un punto a otro sin que ella pudiera hacer nada para marcar el rumbo.
La cuarta noche sintió frío. Soñó que estaba en un iglú; era de noche y había encendida una fogata adentro. A la mañana, al salir, veía el sol reflejándose sobre el desierto de hielo. El brillo blanco la enceguecía.
La quinta noche soñó que tenía vértigo. Estaba en una cabaña sobre la saliente de una gran roca en la montaña, de cara al precipicio. Con puentes de soga y madera para entrar y salir.
La sexta noche soñó la soledad en un rancho de adobe en la puna. De espalda al viento, con puerta hacia la estepa.
La séptima noche sintió olor a flores. Soñó que vivía en un árbol, donde las enredaderas crecían a la vista, el tronco verde era suave como terciopelo y donde no había paredes, sino follaje.
La octava noche soñó que estaba en una caverna profunda, con galerías que se ramificaban adentro de la montaña. Afuera soplaba el viento y la lluvia y los relámpagos rasgaban la noche. Vio un grupo de niños correteando alrededor del fuego y se sobresaltó; por primera vez se había visto a sí misma adentro de un sueño.
Era una nena, cubierta de pieles, que con un pedacito de carbón dibujaba figuras en las paredes de roca.
Esa noche Ana María se despertó.
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