Aproveché que Julieta no estaba en casa para llevar allí a Martín Fierro.
—Lindo rancho —dijo, sombrero en mano, luego de contemplar el living-comedor.
—Sí, gracias… Aunque en realidad es un departamento —expliqué—. Pasá y tomá asiento —Señalé los sillones— ¿Querés tomar algo? ¿Unos mates?
—Unos mates estarían bien.
—Listo. Los voy a preparar y vuelvo en seguida.
En la cocina, mientras el agua se calentaba, me concentré en hilvanar las ideas que darían forma a mi nuevo plan. Mis ojos recorrían de arriba abajo la extensa lista de escritores, entre los que figuraba, tachado, José Hernández. Luego de sopesar diferentes posibilidades, me decidí por un nombre y lo subrayé. Me figuré que no sería una tarea tan sencilla como la anterior. Sin embargo, el escritor elegido era una parada inevitable en el trayecto que me había propuesto recorrer.
—Esto no funciona —fueron las palabras que me arrebataron la concentración.
Levanté los ojos y me topé con la figura de Fierro. Por extraño que parezca, me había olvidado de él y también del agua, que estaba a punto de hervir. El gaucho traía entre sus manos mi guitarra eléctrica. Sonreí.
—Sí anda, Martín, pero hay que conectarla a un amplificador.
Frunció el ceño y torció la cabeza levemente.
—Mirá, en otro momento te explico. Ahora, llevá la guitarra a la habitación de donde la sacaste y volvé a sentarte que ya mismo voy con el mate y unas facturas que encontré.
Obedeció. Yo preparé el mate y serví en un plato las facturas. Volví a repasar mentalmente la estructura de lo que sería nuestro próximo ataque y la misma me satisfizo. Entonces, menos preocupado, dirigí mis pasos hacia el living. Fierro no se encontraba allí. Deposité el equipo de mate en la mesa ratona y llamé:
—Martín, ¿estás con la guitarra?
No hubo respuesta.
—¿Martín? —dije, caminando hacia las habitaciones.
Finalmente, lo encontré de pie frente a la biblioteca, pálido como la muerte misma, y leyendo un libro. Lo primero que me pregunté fue si Martín Fierro, el de Hernández, sabía leer; no pude recordarlo. Por lo visto, éste sí. Por fin apartó la mirada de las páginas para posarla en mí.
—¡Mirá! —dijo, alcanzándome el libro. Lucía rabioso —Este hijo de puta me mata… ¡Me mata!
Leí el título del texto y entonces comprendí; se trataba de “El fin”, de Jorge Luis Borges. Iba a decirle que no se preocupara, que no se trataba más que de un cuento, pero pronto comprendí lo absurdo que resultaba decir eso en este contexto, y más aun a alguien que siempre había sido un personaje de ficción.
—Quiero encontrar al que escribió esto. ¡Ahora! —continuó. Sus ojos estaban inyectados en sangre.
—No es tan sencillo, Martín, Borges no es para nada sencillo… Y no creo que sea el momento.
—¡Pero me mata!
—Ya sé. De todos modos, ese final es preferible al que te dio Hernández en la segunda parte de su poema, ¿o no? Al menos no te deja como un cobarde.
Se quedó con la boca entreabierta, a punto de objetarme. Pero mis palabras surtieron efecto y no dijo nada. Sólo se limitó a respirar profundo. Yo me sentí mejor, aunque comenzaba a inquietarme la actitud desafiante de Fierro.
—Tomá —Le alcancé la lista—. El que está subrayado es nuestro próximo hombre.
—Sarmiento, Domingo Faustino —leyó en voz alta.
—Exacto. Pero todavía hay tiempo. Ahora vayamos a tomar mate, que se enfría el agua.
Y antes que Julieta llegara y se enterara de que yo había estado con Martín Fierro en casa, ya nos habíamos marchado.
5 comentarios:
Bien metaficcionado, Francisco, si se me permite el metanoelogismo (y espero no efender a la Di Tullio). Me encantan (sé que mi gusto no es unánimemente compartido) los cuentos en los que personas conocidas interactúan con personajes de ficción. Y espero ansioso el encuentro con DFS.
Muchas gracias, Sergio. Y ese encuentro está en mi mente, pero todavía no lo traducí en palabras. Pero tu elogio es un buen estímulo para sentarme y escribirlo.
En la onda metaficciones, me gustaría un encuentro distendido entre DFS y JMR moderados por JDP.
Uuuh, sí, sería muuuy interesante. Aunque confieso que me costó sacar a JMR; menos mal que la tengo a Julieta, je.
¿Y dónde sería ese encuentro? El lugar es fundamental.
En Valencia, controlados por JVO.
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