La noche anterior había salido con su hermana a tomar un helado. Todos en el barrio estaban en la heladería Clavel o en sus inmediaciones. La noche era especial. Un calor que parecía venir de un volcán nunca visto y un aire quieto sacado de novelas de marinos perdidos. A la tarde siguiente, María caminaba mostrando orgullosa sus catorce años, con esa linda pollera que para su cumpleaños le había comprado su hermana.
Ese día habían ido también a la heladería, toda la familia. Ella había pedido un helado de limón y chocolate. Estaba exquisito y se chorreaba. Pero toda la familia reía. Era en un lugar cerca de Buenos Aires, cuyo nombre ya no quiero recordar, tantos años que pasaron. María paseaba por el centro esa tarde, estaba tan lindo el tiempo que las polleras volaban y ella se veía en las vidrieras, sabía que los viejos la miraban y sonreía por dentro.
Doce tipos le cerraron el paso en la esquina. Todos vieron eso porque era la esquina de la plaza del centro. La llevaron al baldío que había cerca de la heladería, a mitad de cuadra y a la vista indignada de todos, la violaron.
Las abuelas se llevaron a sus nietos, los abuelos miraban atónitos y furiosos que eso pudiera estar sucediendo sin que nadie hiciera nada. En la heladería, sin darse cuenta de lo que ocurría afuera, vendían más helados que nunca porque algunos curiosos se paraban a ver, y como hacía calor, se tomaban, mientras, el helado de rigor.
Para descargo de los testigos, hay que decir que al principio no se entendía qué pasaba, pero después, cuando empezó a brotar la sangre de María por todas partes, alguno debería haber llamado a la policía. En lugar de eso, la multitud empezó a ser cada vez más grande, vinieron vendedores de chori, vino gente que vendía relojes truchos.
El lugar fue una feria absurda, creyendo los más inocentes que se trataba de un anuncio de un circo condicionado, sabiendo los más que a esos doce nadie los podía tocar.
La noticia salió en todos los diarios. Un día. Nunca más nadie dijo nada. Los catorce años de María fueron los últimos.
2 comentarios:
Justamente eso somos, una multitud indignada que mira todo tipo de atropellos, sin dar crédito a lo que sucede. Pero con todo y el enojo, como el día está lindo, seguimos comiéndonos los helados.
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