martes, 17 de febrero de 2009

Una oportunidad para el amor - Sergio Gaut vel Hartman & Héctor Ranea


—¡Mate en una! —gritó el marinero azul.
—¡Cállese, buen hombre! —exclamó Samantha mientras, usando las cartas taróticas de navegación, trataba de elegir la mejor ruta para llegar al Premier Condestable Episcopal, Su Excelencia Salemo, que se había disparado como un sheeta a lo largo de la línea psicobránica—. ¡Esto no es un burdel, y si grita no me puedo concentrar!
El marinero movió los dedos para armar la típica configuración: “¿Qué te pasa, percanta de dos cobres?”. Pero fue interrumpido por el skipper, recién adobado por dentro con la tisana de peyote sintético que había traído el grumete Guta Iscariote desde la Estación Espacial Gólgota.
—¡Detente, cáspita! —le ordenó ipso facto. El marinero se detuvo, pero no sin antes sacarle lascivamente la lengua a la prostituta devenida navegante tras el ataque de diarrea de Fernández, quien debió ser internado en el Sick Bay de ciberanimación por las siguientes nueve unidades astronómicas de traslado. 
—¿Querés un mate, José? —agregó el marinero. El capitán a cargo, en ausencia del porcino checheno, se sintió algo incómodo porque entre sus hábitos no se contaba confraternizar con la tripulación, pero la aptitud literaria del marinero azul siempre lo había inclinado a la condescendencia. Así que haciendo gala de una mesura peripatética, invitó al marinero a beber una copa de jugo de naranja con Cointreau.
—Venga al puente conmigo; discutiremos la estrategia. —Y ya en soledad, el skipper sermoneó—: Marinero de cuarta Menesteral Echagüe, le ordeno que cuando se dirija a mí lo haga de acuerdo a los siguientes términos, a saber: uno, como superior en rango, usando el título de (opción) señor, skipper o comandante; dos, nunca me tutee o hable sin la compostura que su rango inferior requiere y, tres, o me haga preguntas personales o de índole social incompatibles con la diferencia de rango. ¿Comprendido?
—¿Sabés dónde te podés meter el rango, papito? —fue la soez respuesta.
—¡Rectifíquese! —aulló el skipper.
—¡La subordinación ante todo! —A la orden del skipper, el marinero azul se convirtió, sin prisa pero sin pausa, en una línea azul, semejante a la que en otros cuentos representa la sonrisa del gato de Cheshire o el culo en pompa de Samantha.
El skipper dejó la copa de jugo y enrolló el hilo con el firme propósito de ahorcar con él al cerdo Berinchev. Pero ese fue el momento exacto que eligió una llorosa Samantha para irrumpir en el puente de mando.
—¡Maestro! —Que lo llamaran maestro enternecía al skipper hasta límites indescriptibles.
—Dime, pequeña.
—Las cartas taróticas no funcionan.
—¿Es posible?
—Creo que Su Excelencia Salemo las ha embrujado, les ha hecho un trabajo que las dejó incoordinadas, totalmente vulnerables a la incertidumbre cuántica.
—¡Como creció esta chica! —murmuró el skipper—. Lo que puede el tratamiento espiritual en el alma de la más promiscua ramera babilónica.
—¿Qué dice, maestro?
—Digo que tu belleza interior ilumina esta nave.
—Ay, que bueno es usted. ¿Puedo invitar a mi prima a conocerlo?
—¿Tienes una prima? ¿Cuántos añitos tiene? 
—Cincuenta y nueve. Pero su personal trainer la mantiene en buena forma.
—¿Y dónde vive tu primita, primor?
—En el asteroide AADV-666.
—¿Estamos cerca o lejos de eso? —dijo el atribulado skipper.
—Las cartas taróticas no lo saben, profesor.
El skipper empezaba a pensar que a la oportunidad la pintan calva. Samantha no podía tirar las cartas y estaba a punto de caramelo. El checheno convertido en chancho, Fernández ciberanimado, Salemo vaya uno a saber a cuántos pársecs de distancia...
—No necesitamos cartas taróticas para saber adonde tenemos que ir nosotros a pasar las próximas dos horas. —Una espesa viscosidad se precipitó desde la comisura de los labios del skipper, goteó como miel y formó corazones en el piso… todo apuntaba a un final a puro erotismo cuando…
—¡Qué se proponen! —exclamó el rabino Löw saliendo del frigorífico—. Aquí no hay espacio para la lascivia. Esta nave es un lugar respetable, caramba. ¡Respeto! ¡Compostura! ¡Formalidad!
Detrás del rabino estaba, chorreando agua como el yeti en Ecuador, el perjudicado Fernández, todavía incapaz de contener sus esfínteres. Y detrás de Fernández apareció el checheno.
—¡Samantha hoink, es mía, hoink!
Y sin solución de continuidad se materializó Salemo.
—Lo pensé mejor —vocalizó sumido en el sopor místico—. Voy a reducir los mandamientos a diez. Vamos, Samantha que tenemos que trabajar.
—¿No tiene nada que decir? —interrogó el rabino mirando al skipper de hito en hito.
—Sí —respondió este—: ¡hoink!

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