miércoles, 25 de febrero de 2009

Tarde de pesca - José A. García González


Se quitó una molestia del ojo, flotaba mucho polvo y cenizas en el aire de allí, extendió la caña, tomó impulso hacia atrás y arrojó el anzuelo lo más lejos que fue capaz. En las aguas más lejanas de la sucia costa nadan los mejores peces. Todos lo saben. 
Se acomodó sobre una roca dispuesto a esperar, mirando las olas, las descoloridas nubes, el atardecer, escuchando los rumores del mundo en su solitario rincón.
Levantó la vista, la tenue atmósfera se oscurecía, el sol se alejaba, se adivinaban las primeras estrellas en el cielo. Todo era, al mismo tiempo, similar y diferente a la… De un manotazo mató un mosquito que se había posado sobre su nariz.
No. Para nada diferente. Todo era exactamente igual, tan parecido, tan idéntico que debía esforzarse para recordar que el lugar en que vivía era Venus y no la desolada Tierra de sus abuelos.

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