Bajo la luz del poniente criaturas danzan lanzándose polvo del Cuzco sobre la cabeza. Guerra del fuego, Neanderthal, rostros que serían de niño si no estuvieran aquí. Si no estuvieran. Desprecian las llamas que han encendido, desprecian las ruedas que pueden aplastarlos. Oscuros, vencidos para la luz, inmensas figuras en el altiplano practican juegos desconocidos, desesperadas sin saberlo las luces de la noche van a acompañarlos hasta que mueran. El tormento no está en su recuerdo: miran con ojos que no piden, que no esperan, que se vacían al odiar. Pero no es odio tampoco, ni súplica. Miran para que haya congoja, para que nadie pueda olvidar, miran sin saber que encandilan. Estaban ahí, vivos pero fantasmas, agarrados de un extremo de la vida que los esquiva, solos en la eternidad de la noche del Perú. Únicos, soberbios herederos de los arquitectos que adoraron el sol, quemados por sus rayos que atraviesan el sendero para quemarles el ansia y la razón.
(Caylloma)
Tomado de Música desconocida para viajes, Relatos Deldragón, 2002
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