—A1 —dije con voz clara.
—Agua —respondió él, sorprendido.
Es raro que de entrada arriesgue un turno para una posición tan poco probable. Se sabe que, los extremos siempre están libres ¿Por qué lo había propuesto? ¿Quizá estaba sondeando si él era previsible?
Entonces arriesgó J1 para seguirme el juego, tratando de descifrar mi extraña conducta.
—Hundido —declaró con una sonrisa.
Se está entregando, es una presa fácil ¿O simplemente quiere complacerme?
Mientras se iba borrando la sonrisa de mi cara, me divertía pensando que él estaba desconcertado. Ahora perdería más de un turno tanteando todos sus extremos y yo tendría mis barcos escondidos en el centro, formando un archipiélago apretado con breves canales, una especie de delta.
Mientras lo mantenía ocupado, investigaría la segunda columna hacia el centro.
—F2 —solté resuelta.
—Tocado —anunció él de mal talante.
Y claro, tiene que ser vertical y erecto, como su pito.
—A10.
—Agua —contesté rápida, y repli—: E2
—Tocado. J10.
—Agua. D2.
—Tocado. A2.
—Agua. —C2.
—Hundido.
Acabo de hundir su barco más preciado, como lo suponía, vertical y erecto. Se ha puesto de malhumor, ha fallado su táctica y claro, intentará salpicar aquí y allá, pero nunca atacará mi centro. Aplica su estrategia y no intenta conocer la mía.
Cuando yo le sugerí jugar a la batalla naval, me miró como si estuviera loca, es que no juego desde mi más tierna infancia me dijo; esa frase tan cristalizada debería haberme detenido, debería haber abierto la puerta e invitarlo a salir, borrarlo de mi agenda pero insistí, que sería divertido, que era nuestra primera cita y el juego era una buena manera de comenzarla.
Afuera llovía, la radio anunciaba alerta meteorológico, adentro un buen café recién preparado, aromatizaba el ambiente y de fondo una selección de música étnica. Podíamos sentarnos en el suelo, y apoyar nuestros tableros en la mesita baja. Él sonrió con esa mueca de compromiso que anuncia de alguna manera lo ridículo de la situación pero accedió y así comenzamos la partida. En realidad no sé hacia donde partíamos pero me sentía condescendiente y dispuesta a no dejarme llevar por primeras impresiones.
Mientras él merodeaba mis costas sin resultados, sistemáticamente iba hundiendo su flota, sólo le quedaba un casillero. El café se había terminado y una montaña de colillas desbordaba el cenicero. No quise humillarlo más. Comencé a bogar por el tablero aún imaginando la posición precisa de ese, su último bastión. Abatido por la búsqueda como un pirata febril buscando la isla del tesoro, comenzó a descubrir mi flota, yo me demoraba, él arremetía con todas sus fuerzas derribando murallas. Faltaba poco para que alcanzara mi centro, la última nave, la mayor, que recostada horizontalmente sobre el tablero aguardaba temblorosa el abordaje. Sus ojos brillaban burlones, un niño pequeño se asomaba tímido y desafiante. Antes del final, apunté mi cañón certeramente y lo escuché decir “hundido” por última vez.
2 comentarios:
muy interesante y buen mamejo de la sicologia femenina. Saludos Luis
Adriana es la reina de la descripción. Va de nuevo: me encantan tus cuentos.
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