Susana Orión llamó a las puertas del cielo. Esperó un buen rato y un hombre vestido de grandilocuente uniforme abrió el pesado portón.
—No son horas. Las audiencias celestiales son de 9:30 a 13:30 los martes alternos. Hay que guardar las formas —dijo con velado desdén y flema inglesa el estirado portero.
—Es que es muy importante. Creo que hay algo extraño que puede alterar toda la realidad y hay que resolverlo cuanto antes —aseveró la joven mujer vestida con ropa hippy.
—Eso no importa, señorita. El protocolo es el protocolo. ¿Cómo sería este universo si cualquiera pudiera hablar directamente y en cualquier momento con Nuestro Gran Líder? Sería la anarquía, la hecatombe. No, señorita, no podemos consentirlo. Tendrá que esperar, me temo —cortó tajante el funcionario celestial.
—Pero, pero… —empezó a argumentar la chica. No tuvo tiempo de terminar. La Gran Puerta se cerró en sus narices.
Susana Orión pensó en su familia. Si no le hacían caso desaparecerían sin dejar rastro. Todo el mundo desaparecería. No sabía qué hacer.
Entonces apareció el Diablo, vestido con un traje blanco luciendo una sonrisa triste y gastada. La mujer al verle se asustó.
—No tengas miedo. No voy a hacerte nada —susurró el Ángel Caído.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó con miedo la mujercita.
—¿Yo? Nada. Comprobar que las cosas no han cambiado en eones. Parece que fue ayer cuando me presenté ante esta puerta y, como tú, les intenté avisar de un gran peligro para la Creación y no me hicieron caso.
—¿No te hicieron caso?
—No, mi niña. No me hicieron caso. Es más, después cuando las cosas empezaron a ir mal, me usaron de chivo expiatorio. Me echaron las culpas de todas las cosas malas que vinieron después. Si me hubieran escuchado…
—¿Y cuál era ese peligro?
—Un cáncer llamado burocracia. En el momento que las buenas y piadosas personas buscaron la perfección por encima de todo, olvidando el amor, anteponiendo las leyes a la razón, los horarios a la vida, entonces,… entonces este universo estuvo perdido.
—¿Y no podemos hacer nada? —preguntó desolada la chica.
El Diablo la miró a los ojos y su sonrisa se volvió fuerte, pícara, vigorosa.
—Por supuesto, mi niña, por supuesto. Tengo un par de ideas. Por eso vengo aquí todos los días. Sólo esperaba que hubiera alguien más que preguntase “¿y no podemos hacer nada?” ante las puertas del Cielo…
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