Las naves del enemigo se acercan otra vez a nuestra tierra, son inmensas, tripuladas por feroces guerreros, invencibles con sus corazas refulgentes y sus rayos. Destruyen nuestras ciudades y toman esclavos entre mis hermanos.
Yo aprendí toda la historia de mi pueblo, de dónde vinimos, como conquistamos las montañas y los ríos, dónde y cuándo vivió cada uno de los grandes hombres; conozco cada yerba de los montes y el nombre de las piedras, aprendí también el conjuro de los dioses y las fuerzas ocultas de las cosas. Sé fingir obediencia al extranjero y me dejaré llevar por sus naves a su mundo, para allí enseñar a mis hermanos el camino de regreso o quizás uno más largo
Ahora parto, soy prisionero entre corazas y rayos voy enjaulado como un animal salvaje rumbo a tierras extrañas. Frente a mí veo que el símbolo del dios del invasor tiene la misma forma de sus armas, las mismas que se clavan en la piel de mis hermanos, pero en el símbolo hay un hombre clavado de pies y manos, como para no caer cuando las olas del mar mecen las naves.
2 comentarios:
Qué bello texto. Me gustó mucho, Bruno.
Triste religión aquella con símbolos de muerte, portadora de muerte... y con promesa de vida más allá de la muerte que provoca.
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