miércoles, 11 de febrero de 2009

El inquilino - Angela Schnoor


El asunto empezó cuando surgieron entregas para el número 403 del edificio en que yo vivía. Ahora, como sólo existían dos apartamentos por piso, la columna 01 y la columna 02, no podría haber lo numero 403. Al mismo tiempo, por teléfono, insistían en hablar con el señor Ernesto del 403. Repetían el número solicitado, exactamente el número de mi casa, y decían correctamente la dirección y el barrio, con una única diferencia: el 3 agregado al 400 que, inexistente hasta aquella fecha, había surgido como de la nada o de ningún lugar. Yo estaba en el cuarto del fondo, separando objetos inservibles dejados por la tía Bertholda antes de su retorno a San Petersburgo, su ciudad natal, cuando oí un pequeño y leve barullo, como el de un pájaro posándose en la ventana. Como no había ventana en la habitación, podría ser un ratón, pero los ratones no cantan notas musicales ni proyectan rayos de luz sobre el parqué. Y así, siguiendo el sonido y la luz, di con la minúscula puerta en la base de la pared del cuarto de desahucios. Pues fue entonces que conocí el señor Ernesto.
Mi inquilino, puedo llamarlo así, cantaba lindas canciones rusas y su apartamento era, sin sombra de duda, ¡el 403! No necesito explicar que el señor Ernesto era eximio en el arte de tender, desde mi morada a la suya, una extensión de la línea telefónica y otra de energía eléctrica. Pero, ¡consumía tan poco el pequeñito, bien menos que un pajarito!

Título original: O inquilino
Traducción del portugués: GvH

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